Entre unos y otros lo han conseguido. La dirección del PSOE, el partido que más tiempo ha gobernado España pero que hoy mantiene a duras penas la etiqueta de principal grupo de la oposición, ha saltado en pedazos. Tras meses de avisos cruzados entre barones, dirigentes, viejos, jóvenes y jarrones chinos en la sombra, diecisiete miembros de su Ejecutiva dimitieron en bloque en un intento poco ortodoxo de lograr lo que no conseguían por los cauces orgánicos del partido: forzar la caída de toda la cúpula y, con ella, la del propio secretario general.
Pedro Sánchez tiene muchos defectos. Su mandato es una continua huida de sí mismo, haciendo historia de derrota en derrota elección tras elección, sin autocrítica, en pos de una victoria final en la que ya no cree ni él. Su empecinamiento recuerda al del coronel Aureliano Buendía, el personaje más solitario de 'Cien años de soledad', que promovió 32 levantamientos armados contra los conservadores, sobrevivió a 14 atentados, 73 emboscadas, un intento de envenenamiento y hasta un fusilamiento sin que su voluntad se quebrara, porque el sentido de su vida era pelear para sumar derrotas.
Cuando el líder de una organización no convence y suscita más rechazo que adhesiones debe marcharse. Ahí Sánchez tiene mucho que recapacitar. Pero eso no quita para que lo ocurrido el miércoles tenga todos los ingredientes de un golpe -palaciego, pero golpe- contra la democracia interna del PSOE. La rebelión la han ejecutado diecisiete dirigentes que se arrogan la salvación de la organización, sin esperar a la reunión del Comité Federal que debía activar el proceso reglado para elegir una nueva dirección.
Más allá del lío interno, el bochornoso espectáculo de los dos últimos días, con socialistas de ambos bandos arrogándose la autoridad del partido, tiene consecuencias para todo el país. La principal es que liquida cualquier posibilidad de formar, por la izquierda, un Gobierno alternativo al del PP.
En medio de la guerra interna del PSOE ha estallado la fiesta de la derecha, sabedora de que está a un paso de renovar mandato en La Moncloa
Los llamados ‘críticos’ tal vez no hayan medido bien el alcance del órdago lanzado con su movimiento: el nivel de tensión interna que transmite hoy este PSOE roto por la mitad espanta a miles de votantes de izquierda, y no sólo a los que veían en el ‘no’ de Sánchez a Rajoy la esencia del proyecto socialista. Si las perspectivas ya son nefastas de cara a otra sesión de investidura, resultan pavorosas si se piensa en terceras elecciones. El PSOE podría tardar años en recuperarse.
En este contexto ha estallado la fiesta a estribor, es decir, por la derecha. Los dirigentes del PP declaran magnánimamente sentir pena por lo que pasa en el PSOE, pero en realidad viven su debacle entre el estupor y el regocijo, sabedores de que están a un paso de volver a conquistar La Moncloa. Además, la temeridad del sector que intenta derribar a Sánchez ha creado en la política española el escenario siempre soñado por los conservadores: una derecha fuerte y unida que tiene enfrente a una izquierda debilitada y sumida en luchas intestinas, como las que ahora mantienen los socialistas consigo mismos y con Podemos.
De lo sucedido se pueden extraer dos conclusiones. La primera, repetida por los 'críticos', es que el secretario general antepuso su aspiración de ser presidente a la búsqueda de los consensos y equilibrios necesarios para dirigir una organización tan complicada como el PSOE. La segunda, que quienes estos meses quisieron obligarlo a abstenerse en la votación de investidura de Rajoy invocando el bien de España también defendían oscuros intereses: sabían que en el momento que Sánchez perdiera toda opción de ser presidente podrían iniciar el proceso interno para destituirlo. La presión que ejercieron sobre el secretario general obedecía más a su intento por desbrozar de obstáculos el camino para echarlo y dominar el PSOE que a un acto de solidaridad por España. No habiendo conseguido aquel objetivo, la han liado.
Ahora, sin que los 'críticos' hayan logrado crear una gestora provisional que dirija el partido, hay que estar atentos a lo que pueda ocurrir en los próximos días. Al cierre de esta edición, a Sánchez le quedaban diecisiete fieles en la Ejecutiva, tantos como los que le asestaron el golpe. Y tantos como hijos tenía el coronel Aureliano Buendía de 'Cien años de soledad'. Diecisiete hijos de diecisiete mujeres distintas, todos condenados a morir para librar al mundo de la maldición en que se había convertido aquella voluntad inquebrantable del padre.
César Calvar