En la vida diaria, delimitada por unas obligaciones de las que no hay quien escape, encasillada por ese ritmo un tanto absurdo que hemos ido entre todos imponiéndole, tenemos que aguantar sin que haya alternativa viable, aunque no siempre con la paciencia necesaria, la charla chabacana, la opinión insustancial y, en general, el poco criterio de no pocos de los que nos rodean.
Sufrimos y padecemos, de esa manera, a toda clase de sujetos que no es que aporten poco, sino que incluso distraen, con una energía contumaz digna de mejor causa, de lo que realmente interesa a estas alturas de la vida.
Menos mal que uno tiene la suerte de encontrarse, muy vez en cuando, una u otra persona realmente interesante, de esas a las que resulta un placer y un privilegio escuchar sin prisas, seguir su amena charla, siempre serena y alejada de toda clase de exageraciones y de imposturas artificiosas, para aprender gracias a la generosidad del relato que tan generosamente comparten, con todo lo que han vivido y poder reflexionar luego sobre la riqueza de esas experiencias, muchas veces duras, otras divertidas e incluso algunas extraordinarias, que dejan de ser ajenas para de alguna manera pasar a formar parte de las vivencias propias.
Una de estas personas es Manuela Nogueira, la anciana y elegante poetisa portuguesa que, con una energía propia de personas mucho más jóvenes, sigue observando y describiendo con una claridad poética extraordinaria, desde ángulos nuevos y sorprendentes, el extraño y siempre sorprendente mundo que nos rodea.
Todo el mundo habla sin parar, como si se temiese al silencio y, por tanto, a la reflexión que sólo es posible cuando se acallan las voces molestas
Lo primero que confiesa Manuela Nogueira es su propio asombro al verse a sí misma, sobrina de Fernando Pessoa, tal vez el poeta europeo por antonomasia, teniendo el atrevimiento de seguir sus pasos y, además, de publicar sus propios poemarios. Manuela confiesa que quizás sean ese y otros muchos atrevimientos los auténticos privilegios de las personas que alcanzan su edad venerable.
También opina que tal vez lo que caracterice nuestros días sea la banalidad y esa completa ausencia de trascendencia en nuestras conversaciones. Todo el mundo habla sin parar, como si se temiese al silencio y, por tanto, a la reflexión que sólo es posible cuando se acallan las voces molestas que en todo momento nos rodean. Tanto es así que lo que realmente importa no llega a decirse nunca o tal vez, y esto es todavía más dramático, cuando las palabras nada importan.
Manuela Nogueira es también la depositaria del legado de Fernando Pessoa, la custodia del famoso arcón lleno de versos y escritos sorprendentes que, poco a poco, y desde hace ya muchos años van saliendo a la luz difuminando, de alguna manera, ese griterío constante e insustancial que nos rodea a todas horas. Agradezcamos, por tanto, a Manuela Nogueira y al propio Pessoa, esa ayuda que nos brindan para que el mundo sea algo más soportable.
Ignacio Vázquez Moliní