domingo, noviembre 24, 2024
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El Gordo de doña Carmina

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Sólo en el país con las tasas de fracaso escolar más altas de Occidente podía una empresa estatal permitirse la humorada de hacer un anuncio en el que la maestra es la más tonta del pueblo. Ella es la única que no se entera de qué va la vaina, no sabe ni en qué día vive y cuando cree que le ha tocado el Gordo de Navidad sus familiares y convecinos le siguen felices la corriente para no contrariarla.

Sí, hablo de la publicidad de Loterías y Apuestas del Estado, que cada año por estas fechas nos narra una historia de amor y amistad. Cuentos en los que la gente actúa con un desinterés casi inhumano para promocionar justo lo contrario: el método más rápido que existe para colmar la codicia material y hacerse rico sin tener que trabajar o delinquir.

Este año el anuncio cuenta la historia de doña Carmina, una anciana jubilada de un pueblecito asturiano a caballo entre el mar y la montaña, de esos a los que todo el mundo piensa retirarse. Allí a nuestra entrañable protagonista la quieren como a una madre porque fue maestra desde los años duros de la dictadura. Un tiempo difícil pero a la vez feliz en el que en la escuela a uno le arreaban con una regla en los dedos o lo levantaban en peso por una oreja si no sabía la lección.

¡Cuánta austeridad se respira en casa de nuestra heroína! Hay viejos libros y marcos de fotos, una cocina anticuada con una rancia puerta de madera repintada; en la sala los muebles son vetustos y las paredes están decoradas con papel pintado de cuando Fraga se bañó en Palomares. Todos visten chaqueta o jersey porque, aunque es 21 de diciembre, la calefacción está apagada. La pobreza energética no es un fenómeno exclusivo de Cataluña.

Con su cara arrugada y cejas repintadas, doña Carmina lleva amorosamente el desayuno a su nieto, que ni estudia ni trabaja y se pasa la mañana tirado en el sofá mandando mensajes con el móvil. Entonces se produce la gran confusión: al ver por televisión la repetición del Gordo de otros años la abuela piensa que le ha tocado y se va corriendo a decírselo a su colega Puri. ¡Menuda pelandusca Puri!, que en vez de sacarla del error la abraza y la felicita. 

Entretanto el hijo de Carmina, cuarentón greñudo, desaliñado y con pinta de estar apuntado al INEM, ha salido a buscarla. Pero cuando la encuentra la ve tan feliz que es incapaz de robarle la ilusión, así que la anima a celebrarlo. El pueblo entero –el dueño y los clientes del bar, las ‘chicas’ de la peluquería, los pescadores y los empleados de la fábrica, el lotero, el cura, los del comercio de televisores y hasta la Guardia Civil en un acto flagrante de prevaricación- se suma a una pantomima que va creciendo para no disgustar a la maestra. ¡Vaya banda de estafadores todos! Seguro que luego se tiran toda la Navidad riéndose de la pobre vieja. Al menos es lo que harían en mi pueblo si eso pasara allí.

Lo único realista del anuncio es que aunque todo ocurre en un día laborable las calles se llenan de gente de fiesta, algo perfectamente posible en un país con un 20% de paro. Corren el champán y los abrazos y la abuela, que está preocupada porque no ha venido la tele pero no le extraña ser la única agraciada, convida a una comilona en el faro. Y allá se van hermanadas, escoltadas por motoristas de la benemérita, un centenar de almas a pie por una carretera sin coches, en un acto de fraternidad que parece sacado de un libro de estampas soviéticas. Me pregunto quién pagaría la factura de la mariscada que se pegan.

El clímax llega cuando el hijo decide que es hora de confesar la verdad pero la anciana le corta porque ya sabe lo que le va a decir. Entonces por un momento pensamos que la maestra no es tan tonta como parecía, que la magia va a desaparecer y la realidad a imponerse. Pues no, es tonta de remate y en un arrebato de generosidad le regala al hijo el décimo que cree premiado. Nosotros, que en el fondo somos buenas personas pero también gente práctica, pensamos que eso es normal porque al hijo le hace más falta, y ella, que ya ha vivido su vida, para lo que le queda puede arreglarse con su pensión. Y si no le llega ya le cortarán la luz los de Gas Natural-Fenosa.

El broche final lo pone Puri: “Anda, que si nos toca mañana…”

Que no decaiga la fiesta.

César Calvar

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