Casi todo tenemos en mente-parte de culpa la tienen las películas norteamericanas-, de que las batallas de la antigüedad eran como un partido de rugby, pero a la bestia. Si bien es cierto que la historia de la guerra antes del invento de las armas de fuego está llena de combates singulares, también lo es que enseguida los hombres se percataron de que era necesario cierta organización. Los motivos eran de cajón: el combate individual exige una forma física tremenda y que el valor de todos los hombres no es igual y exige ser reforzado por la proximidad de sus compañeros de armas.
Posiblemente una línea de hombres con tres o cuatro de profundidad sea la primera formación de combate, por una razón lógica: estar uno junto al otro y evitar ser desbordado por un flanco apoyando ambos extremos en accidentes geográficos intransitables como un rio o un bosque. Evidentemente las posiciones situadas en altura eran superiores tácticamente: no es lo mismo cargar o lanzar piedras o flechas cuesta arriba que hacia abajo, mucho más sencillo. En el siglo IX antes de cristo, los Asirios formaron una eficaz y despiadada máquina de guerra, basando su ejército en los carros-al igual que los egipcios-, con una escasa utilización de la caballería y una infantería armada de lanzas. Aunque la estrella de los hombres de a pie eran los arqueros. Cada arquero iba acompañado de un escudero que le protegía a su vez de los ataques enemigos.
Posiblemente, la primera formación de combate completamente disciplinada fue la Falange, una formación en cuadro, solida, erizada de lanzas o picas, donde el hombre situado a tu derecha protege al de la izquierda con su escudo. Cuando el de delante caía, era reemplazado por el posterior. Ni siquiera los carros de combate tirados por caballos hacían mella en ella, por lo que rápidamente cayeron en desuso. El hoplita griego es un ejemplo claro de este tipo de infantería pesada. Por delante se encontraba la infantería ligera o Peltastas, hombres poco protegidos que lanzaban piedras, jabalinas o flechas en puntos determinados de la línea enemiga con el fin de hostigar y debilitar la moral del enemigo antes del ataque frontal. Una utilización genial de esta formación fue la de Alejandro Magno, que combinada con caballería en las alas, fue capaz de acabar con el poderosísimo imperio persa. También se cree que Aníbal utilizaba este tipo de formación, aunque muy reforzada por caballería en ambos flancos.
Después llegó la gran innovación de los romanos: la Legión manipular. Una legión contaba con unos cinco mil hombres y llama la atención la poca caballería utilizada por ella, más en labores de reconocimiento que de combate. Los romanos estructuraban su infantería en manípulos-pequeñas formaciones compuestas por dos centurias de unos ochenta hombres-, que a su vez en número de cinco formaban una Cohorte. Cada Cohorte formaba en tres líneas, aunque por delante de la línea de batalla se encontraban unos hombres-posiblemente copiados de los Peltastas griegos-, ligeramente armados llamados Velites. Estos provenían de las clases bajas de la sociedad-menudos pajarracos debían ser-, y su misión era hostigar con jabalinas o piedras al enemigo y no tenían formación fija. La primera línea la formaban los Hastati, que eran los hombres más jóvenes e iban armados con lanzas-armas de hasta-, de ahí su nombre y que eran los primeros en entrar en combate. Tras ellos se encontraban los Princeps-de donde viene nuestra palabra príncipe, que significa el primero-, hombres que rondaban la treintena y que también iban armados con lanzas, pero posiblemente iban protegidos con corazas de torso. Tras ellos, los más veteranos: los Triarii, armados con lanzas y que solo entraban en combate en situaciones de extrema gravedad. Debían de ser unos caimanes de mucho cuidado.
Este tipo de formación dominó la guerra durante siglos, hasta la aparición de los ejércitos barbaros que utilizaban la caballeria como plataforma volante para el lanzamiento de flechas y una infantería en melee terrible y brutal.
Hecho el repaso hasta prácticamente el principio de la Edad Media o romanos tardíos, según los historiadores veamos cómo era en realidad el combate. Estamos acostumbrados a la imagen cinematográfica de dos ejércitos enfrentados que de repente cargan el uno contra el otro, produciéndose un sinfín de duelos individuales-Braveheart es un buen ejemplo de ello-, pero es inexacto y las cifras lo desmienten. El ochenta por cien de las bajas se producían en las persecución consiguiente a la desmoralización y huida de uno de los dos bandos. Vamos, que se mataba a la gente cuando corría en desbandada y a ser posible por la espalda que es más fácil. Lo más lógico, es que toda la línea no entrase en combate, sino que pequeñas formaciones atacasen puntos supuestamente débiles del enemigo, para retirarse después, o incidir con refuerzos si se tambaleaba el punto atacado. Tenía que ser tremendo contemplar desde un lado de la línea-mientras intentabas protegerte de flechas, jabalinas y piedras-, como una unidad cercana a la tuya era atacada. Esta táctica se puede apreciar hoy en día en las confrontaciones de la policía antidisturbios contra muchedumbres agresivas. Estos atacan la línea policial, pero no a toda la línea a la vez. Las detenciones se producen cuando la desbandada de los violentos es seguida por una persecución. Pregúntense porque los antidisturbios deben tener una forma física excepcional, porque al igual que hace cinco mil años, el esfuerzo del combate cuerpo a cuerpo es terrible.
¡No hemos inventado nada!
José Romero