Se han celebrado las elecciones primarias en Francia en el gran partido del centroderecha: Los Republicanos, como se llaman ahora. En primer lugar hay que ver el poco aprecio que tienen a las siglas en nuestra vecina nación. Han pasado de la Unión por la Nueva República y Unión de los Demócratas por la República de Charles de Gaulle al Reagrupamiento por la República de Chirac, luego a la Unión por un Movimiento Popular de Sarkozy y, finalmente a Los Republicanos, también de Sarkozy, pero que al parecer va a heredar François Fillon.
Es la continuación de una misma mentalidad desde hace muchísimas décadas, representa a la Francia de Bonaparte, la de la búsqueda de la grandeza, la de la vocación del imperio que nunca pudieron ser porque se les adelantó España y más tarde les sobrepasó Inglaterra. A Napoleón le hubiera gustado ser el Fernando el Católico que describió Maquiavelo en El Príncipe, su libro de cabecera que comentó en sus márgenes en un ejemplar que se conserva, pero la verdad es que terminó por ser un Atila momentáneo aunque de enorme trascendencia, destruyó muchas de las bases del Antiguo Régimen en la Europa Continental, dotó a esta de los principios y códigos de un derecho racional, aunque careció de la continuidad suficiente tanto dinástica como de régimen, y pasó con el devenir del tiempo a ser una de las corrientes del moderantismo francés con mucho brillo, mas 'pompier'. Lo mismo que el Frente Nacional son herederos lejanos de los legitimistas, su misma lucha contra la modernidad en este caso en forma de globalización, y que la amalgama de partidos centristas que adquiere diversas formas dependiendo del momento que son descendientes no tan lejanos del Orleanismo, esa contención altoburguesa llena de miedos y plagada de amaneramientos ideológicos cuyo exponente más claro, ridículo y cursi se hacía llamar Giscard d'Estaign, pero que solo se llamaba Giscard y el resto se lo apropió de forma ilegítima para aparentar una nobleza que tapara su plebeyo árbol genealógico. Un deplorable e injustificado enemigo de España.
Sarkozy ha sido un líder fuerte, de opiniones seguras, de personalidad arrolladora. Nunca olvidaré su participación en un Congreso del PP después de la inasumible derrota del 2004, un auditorio que reflejaba la depresión del momento y al que Nicolás Sarkozy despertó con unas frases en 'frañol' o 'espancés', una mezcla incomprensible pero cuya espontaneidad y optimismo contagió al auditorio en segundos. Me pareció inigualable. Al contrario que el imposible Giscard, Sarkozy se portó siempre bien con nuestro país. Primero como ministro del Interior y más tarde como presidente de la República fue activamente solidario y su colaboración para la destrucción de ETA fue impagable.
Una personalidad tan brillante genera la confluencia de todos sus enemigos.
Así ha sido. Las primarias de Los Republicanos se han abierto a los no militantes con el cobro de dos euros y la firma de un conjunto de principios generales del partido del centroderecha, precauciones muy poco precavidas, pero ha abierto la posibilidad de que voten un alto porcentaje de gentes de izquierda que tácticamente han votado en unas primarias que no son suyas. Dicen que esta trampa ensucia las primarias hasta en un 16%, lo que supondría desvirtuar totalmente el sistema porque lo fácil que resulta practicar un entrismo troskysta de baja intensidad.
Sarkozy tenía muchos problemas como candidato: la financiación de su partido, sus propuestas ligadas al combate de segunda vuelta contra Marine Le Pen y que ha olvidado la lucha con sus contendientes en esta fase, y sobre todo hay que insistir en el voto contra de una determinada izquierda militante y poco limpia.
Como presidente deja el recuerdo de su extraordinario liderazgo que tuvo la mala suerte de tocarle gestionar una crisis implacable. Perdió contra el gelatinoso Hollande, pero por la distancia más corta que ha perdido un candidato de la V República, exceptuando el duelo Giscard-Mitterand de 1974.
Parece que Fillon va a ser un presidente sorpresa después de dar la sorpresa en estas primarias. Tiene un programa muy ortodoxo, saludable. Le falta la pasión de Sarkozy, pero le acompaña el interés de todos para que no gane Le Pen. Estas presidenciales pasarán a la historia como las elecciones del descarte, se vota para que no llegue alguno a algún sitio, donde la izquierda ni está ni se la espera.
Sarkozy se ha despeñado en el acantilado de unas primarias que han entrado en juego como arma del contrario más que para ser un instrumento de renovación. No porque sean malas en sí misma, sino porque no se puede implementar un elemento de un sistema en otro sistema que está pensado y diseñado de otra manera muy diferente. Para que las primarias signifiquen y sean lo que son en Estados Unidos hay que diseñar un sistema como el de Estados Unidos. Las primarias allí son en todos los escalones del poder legislativo, ejecutivo y judicial. Hacerlo solo en una parte y por uno de los partidos un día cualquiera en el que puedan votar hasta los adversarios no solo no sirve, sino que lo que resulta del mismo es una perversión, los contrarios siempre podrán votar contra el que les produzca más miedo electoral y así bloquearle. La ingenuidad y el voluntarismo nunca son buenos consejeros en la reforma de las instituciones.
Sarkozy ha dicho adiós, pero puede ser hasta pronto. Solo tiene sesenta y un años. De Gaulle volvió de Colombey les Deux Eglises con sesenta y ocho. Adieu ou à bientot?
Juan Soler