lunes, noviembre 25, 2024
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En España ya no se entierra bien

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Rita Barberá moría en la soledad de su hotel esta mañana. Se dejó el corazón en Madrid, roto de soledad y ansioliticos. Despertaba la ciudad con “brisa de muerto grande” y algún vivo no pudo dejar pasar la ocasión: hagamos, pues, ruido del silencio.

Una extraordinaria carrera política había sucumbido en Mayo de 2015 ante el cansancio de una Ciudad ante tantos sueños derrotados. Más aún, en los últimos meses, había sucumbido ante las malas prácticas de un partido, su partido, necesitado en su Valencia de un fuerte viento de regeneración.

Rita Barberá fue la imagen de su Ciudad durante 24 años. Ni pueden empequeñecerse tantas mayorías absolutas aventando los “pitufeos” varios que han minado a los populares valencianos ni ignorar la cultura de impunidad que suele ampararse en tanta mayoría. El tiempo hará un juicio equilibrado de la eterna alcaldesa. Puede adelantarse, sin duda, que Rita Barberá aparecerá como figura indispensable de cualquier imaginario valenciano de la historia reciente.

Rita fue el emblema de unas capas urbanas casi siempre preteridas en la historia española. Representa su esfuerzo por colocarse en la onda modernizadora que suponía la cultura del evento y lo efímero, financiada con el ladrillo fácil y los excesos de tesorería propiciados por la huerta y el turismo.

Cuando Rita presumía de “haber puesto en el mapa” a su Valencia, sintonizaba con las ansias de triunfo de una burguesía local, cuyo industrioso esfuerzo nunca le procuró un lugar en el sol hispano ni se sintió incluida en la Valencia progresista – historia, lengua y voto-, hegemónica durante las primeras décadas de la democracia española.

Quienes hemos tenido la oportunidad de ser Concejales en nuestra ciudad conocemos cuanto de pasión y de cariño, independientemente de nuestros aciertos y errores, hay a la Ciudad que nos cobija. No me cabe duda de la pasión de Rita Barberá por Valencia.

Tampoco me cabe duda de que los errores o prácticas por los que estaba siendo investigada no me corresponde juzgarlos a mí sino, precisamente, a quienes deben juzgar. Acepto que ella había asumido su responsabilidad política, probablemente en mayor medida que su Partido, que la abandonó con toda claridad sin asumir responsabilidad colectiva.

El largo mandato de Rita Barberá, incluso el respaldo obtenido en su última comparecencia electoral no le confería patente ni perdón pero si el derecho a reclamar sintonía con su ciudad y buena parte de su gente.

Esa sintonía ha sido perfectamente entendida – con elegancia e inteligencia- por el Ayuntamiento valenciano que ella dirigió y despreciada por otros. Alfredo Pérez Rubalcaba afirmó que “en España se entierra muy bien”. También con eso ha arrasado la nueva política: Podemos le ha negado el silencio.

El silencio se corresponde con la emocionalidad de la muerte. Las emociones no deben interrumpirse afirmaba Fellini hace casi treinta años. Vieja cultura; la muchachada de la ira ha decidido llevar su odio hasta el cementerio y llevar a su Portavoz a ocupar pantalla para explicarse. Todo aprovecha para el convento: si han de tenernos miedo, que nos teman hasta más allá de la muerte.

En España no se entierra bien si hay que desahuciar al muerto de su féretro y ocuparlo con ajustes de cuentas. Ruido, mucho ruido, al que no han dejado de concurrir aquellos y aquellas que han susurrado responsabilidades de periodistas u opinantes en la ruptura del corazón de Barberá.

Rita murió sin crédito político y, quizá lo que más le dolía, sin partido. Las escenas complejas no se resuelven con verdades absolutas pero no está la política española para análisis sofisticados. Malas mañanas para morirse, Rita.

Libertad Martínez

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