He oído cosas que no creeríais, he visto cosas que no podría contar. No por nada, salvo porque me he comprometido –algo habitual en la vida de un periodista– a no divulgar informaciones que he ido obteniendo, conferencia a conferencia, a lo largo de un curso en el que se ha hablado de lo que nadie lee, de lo que nadie quiere saber, sobre lo que nadie quiere oír. Algunas verdades bastante incómodas. Sorteando las condiciones pactadas de “chatham house”, estas son algunas de las cosas que un grupo de profesionales cualificados y agrupados bajo la denominación del XXXVI Curso sobre asuntos de Defensa Nacional (llamémosle la 36) han vivido durante tres intensos meses. O sea, que esto no va de esa torturadora y envidiada talla de ropa, la 36. Aviso para quien quiera desconectar ya.
Probablemente lo que se dijo dentro las sólidas paredes de un recio aula de principios del siglo XX no interese a mucha gente. Ése era el problema de salida: ¿por qué lo común, el bien común, la seguridad común, no interesan a tanta gente? Este reducido grupo de profesionales –el trigesimosexto grupo que hace este tipo de curso en un par de décadas– viajó y voló a lugares lejanos, siquiera virtualmente. Durante tres meses han sobrevolado las razones, causas, formas, matices y realidades que rodean a la seguridad de un colectivo de 46,7 millones de personas: los españoles.
Sobrecogía ver cómo oscilaban las banderas que estaban detrás del comandante del Buque de Acción Marítima Rayo. El hombre, un capitán de corbeta, hablaba por videoconferencia desde aguas del Océano Índico, que por el movimiento de las banderas no vivían su día más tranquilo. En poco más de media hora, para pasmo de la 36, pasaron por la pantalla de videoconferencias uniformados que hablaban desde Kabul a Bamako, en aguas del Ártico y en las del Índico. Tipos bronceados y otros abrigados, dando lacónicamente novedades de lo que estaban haciendo en lugares inverosímiles del Planeta. E ignotos para la mayoría de los españoles.
Ignotos y, lo que es peor, ignorados. ¿Pero qué pintan unos españoles en Mogadiscio, o en un sitio tan polvoriento como Etiopía? Probablemente sea frustrante para los profesionales de las Fuerzas Armadas la losa de plomo que cubre su trabajo real, más allá de tópicos típicos.
Oír estas cosas, tener noticias de capitanes, tenientes, suboficiales, tropa, que están al sol de Mogadiscio, por ejemplo, producía en las cabezas de los de la 36 una rara paradoja. La de vivir en el frenesí urbano de Madrid, por donde había que ir a la carrera cada día para llegar a los sólidos muros del aula donde, en lugar de cuitas entre políticos, el IBEX 35, los belenes de Ada Colau, o los tobillos del pobre Gareth Bale y un derby, se viajaba al África subsahariana. O se volaba virtualmente en las complicaciones de un programa para hacer un submarino, o los problemas para pagar los cambios de aceite y junta de la “trócola” de los vehículos en los que trabajan esos bronceados que tienen por meses la oficina en un campamento de Bamako.
Para quien se ha sumergido en este tipo de materias de manera intensiva resulta frustrante convencer al prójimo de que en el rutinario hecho de poder poner la calefacción en casa o ir en autobús leyendo los whatsapps chorras de los colegas, tiene que ver la presencia de un submarino español en aguas griegas; o de un avión de transporte aterrizando en pistas arenosas e improbables del Sahel.
Uno a uno, militares, diplomáticos, catedráticos, políticos incluso, detallaban cosas como la estrategia china para garantizarse espacio vital y comercio floreciente. El rearme de las potencias asiáticas. El peligroso y macabro jugueteo de los turcos y los rusos. La amenaza de un estado fallido pegado a la costa sur de España. La violencia en el Sahel, ahí al lado. Asuntos menores en cualquier informativo comparado con el alcance de las peroratas de un líder independentista catalán en un hotel de Madrid, a la hora del desayuno.
El grupo de profesionales no daba crédito a ojos y oídos cuando un hombre de mediana edad, gesto cansado y vestido de camuflaje explicaba y enseñaba los métodos ideados por los yihadistas para volar cualquier tipo de miembro o entraña de un soldado español con bombas trampa (los IED). Todos reales y encontrados en los campos de patrullaje de miles de chavales españoles que un día dejaron de lado la playstation, cogieron un avión y pertrechados con un casco y un fusil, se metieron en conflictos que parecen sacados del medievo. Sin grandilocuencia habrá que decir que son las defensa avanzada de España, la que se hace en esos lugares tan poco apetecibles para el común, para no tener que hacerla en Cádiz o Almería, o el metro de Madrid, un día de estos.
Noticias, asuntos que parecen no importar a nadie. Nunca serán primera página, siquiera de este aseado diario. Pero que algún interés tendrán cuando han tenido atentos a 40 profesionales de variada laya durante tres meses intensos. Meses en que las sombrías perspectivas presupuestarias, las asesinas intenciones de los enemigos de esta sociedad, la irresponsable ignorancia sobre lo que en realidad está pasando en este mundo, aquí y ahora, han sobrecogido y dejado un tanto perplejos a la 36.
Un general explicaba que ni él ni su gente estaban en la sociedad “para desfilar”. “Estamos para ir a los conflictos en los que nos necesite España, y ganarlos”. No hay país sin ejército, aunque pocos países tienen un ejército tan escondido como el nuestro. Aunque una gloriosa frase sobrevuele todo este asunto: “Somos una nación en retirada”. Defender, sí, pero ¿qué nación?
Es curioso el efecto que los uniformes tienen en quienes se dedican a la plácida vida civil. El uniforme de un general, con sus condecoraciones y ribetes dorados, acongoja por su delatora brillantez: los militares llevan su currículum vitae en el pecho, en forma de insignias. La presencia diaria de un coronel que hace las veces de coordinador pone en la vida de personas, que solo ven el uniforme azul de los guardias de tráfico en su cotidianeidad, el rigor y enorme simbolismo de un uniforme militar.
De todo esto, los cuarenta audaces de la 36, no sacarán ni una mención, ni una medalla, ni apenas una línea en sus currículums. Cuánto menos sacarán un euro. Eso da más mérito a haber querido preocuparse de lo que a nadie le preocupa, de lo que nadie habla.
Han visto cosas que no creerías, oído cosas que nunca podrán contar… Sólo por eso parece merecido este elogio de la 36, de los que la precedieron y de quienes la seguirán.
Joaquín Vidal