Por fin se produjo el hecho sucesorio en Cuba. Falleció Fidel, ese ridículo tirano que sabía hacer de un régimen criminal un club de admiradores bienpensantes ignorantes, ricos y capitalistas. Sin un ápice de moral, tuvo la desgraciada pericia de dirigir su despreciable e ilegítimo mandato a través de cincuenta y siete años.
Deja a su hermano, La China, la abeja reina, un lugarteniente que a pesar de su muy conocida persecución contra la población LGTB, todo el mundo afirma su gusto por los efebos, que lo disimulaba haciendo encarcelar e incluso desaparecer a los muchos cubanos pertenecientes a ese colectivo. Sobre todo si habían tenido relación con él. Con el tiempo, y al ser esta una de las causas muy principales de los progresistas que gustaban hacer de compañeros de viaje de la tiranía, toleraron la diversidad sexual. Eso y que la hija de La China resultó ser una lesbiana militante a la que podían poner al frente de las reivindicaciones y así dominar otra parcela de la política. Que nada se escape.
Ninguno de los grandes intelectuales cubanos que conocían y habían padecido el régimen fue afecto al tirano y sus payasadas que se columpiaban entre lo patético y lo ridículo. De Cabrera Infante a Reinaldo Arenas pasando por Lezama Lima pudieron soportar el pozo sucio de la dinastía Castro. Dentro de Cuba morían de rabia y fuera de tristeza.
Ahora debemos mirar al futuro. Los dioses regalaron a Cuba todas las ventajas, es un paraíso terrenal disfrutable, pero la han castigado con un régimen que en su posible disolución pretende hacer que su núcleo dirigente permanezca en el poder; si no en lo político, sí en lo económico. Al parecer, los viejos generales de la revolución se han repartido las empresas públicas y los sectores económicos en satrapías parecidas a las que han aparecido en algunos países del Este de Europa tras la caída del muro. A los viejos generales y a los que en su juventud colaboraron para hacer desaparecer opositores, a los que persiguieron y torturaron y practicaron todo tipo de escarnios indignos para desacreditar a los que hicieron la revolución, pero no se sometían al capricho asesino de los Castro.
Nunca entenderé que personas inteligentes y cultas hayan defendido a este siniestro sujeto. Jamás he encontrado el atractivo que pudieran verle. Otros dictadores comunistas lo tenían por encima de sus crímenes, Ho Chi Minh e incluso Lenin tenían su aura, su liderazgo era explicable. Pero Castro no. Era un simple atorrante que navegaba las aguas de la política mundial con listeza más que inteligencia. Listeza muy chusca, muy previsible, con parafernalia absurda. Podría entenderse que convenciera a los ignorantes con el populismo baratísimo de sus proclamas, pero nunca sabré dónde estaba el enganche de los intelectuales y de la inteligencia que se rendían cobarde y ciegamente a sus pies.
Y no solo los delitos políticos. También la enorme corrupción e incluso la relación con el narco de este régimen de un país pobre con tantos ricos inexplicables relacionados con el poder. Los palmeros de los Castro no lo quieren ver a pesar de las evidencias estridentes.
No he querido visitar Cuba por repulsión a sus dictadores. No lo haré mientras esté ese horrendo sistema de poder. Y sé que me pierdo deleitar uno de los lugares más bellos del mundo y uno de los pueblos más alegres, simpáticos, divertidos, amables y sensuales a pesar de todo.
Cuba tiene un gran futuro por delante. Si es libre. Si olvida al delincuente tragicómico. Y a sus mariachis. ¡Viva Cuba libre!
Juan Soler