Desde el fallecimiento el pasado viernes de Fidel Castro, algunos periódicos y diarios online han recogido auténticas hagiografías de uno de los últimos dictadores que quedaban sobre la faz de la tierra. Algunos columnistas nos han regalado su visión de un país convertido en lo más parecido al Jardín del Edén, una sociedad que nada en la abundancia y la felicidad, y a un Fidel transmutado en un visionario de la libertad. Qué paradoja, la misma que él arrebató durante décadas a los propios cubanos.
Y cómo no, a esta pléyade de plañideras se sumó con inusitado entusiasmo la izquierda radical de nuestro país, siempre contumaz en su sentimiento de superioridad moral frente al resto de la humanidad, y que no ha parado en estos días de agitar el mito del castrismo hasta límites indecorosos. Ya lo dijo el secretario general del partido comunista español (o de lo que queda de él tras la OPA hecha por Podemos): “Fidel es una guía para toda la izquierda mundial”.
La maquinaria propagandística del régimen cubano ha sido tan eficaz que aún hoy, casi 60 años después de la revolución cubana, la realidad paralela construida a golpe de Granma y mucha televisión, empaña la cruda realidad de un régimen autocrático que convirtió Cuba en un gigantesco Alcatraz comunista del que sólo se podía escapar en balsa de goma. Una sociedad empobrecida hasta límites tercermundistas en la que conseguir electricidad era cuestión de puro azar o de que Hugo Chávez siguiera regalando el petróleo de Venezuela. El régimen castrista ha dejado muchas víctimas arrojadas en el olvido de las cárceles, en las brutales torturas y en el fusilamiento de todo aquel sospechoso de ser contrarrevolucionario. Episodios que, quién sabe, si un día llegarán ser condenados.
El legado de Castro ha sido miseria para su pueblo y lujo para su oligarquía de escogidos y su propia familia. Que un dictador comunista acumule más de 20 mansiones, varios yates, una plantilla de servicio digna del mismísimo Ritz, y que hasta tuviera una fábrica de quesos y yogures para su uso y disfrute personal, poco tiene que ver con el perfil de una persona de ideología comunista.
Hace pocos días, la revista Forbes publicaba que la fortuna de Castro se estimaba que superase los 800 millones de dólares. Uno de los guardaespaldas que había trabajado bajo sus órdenes, describía la vida de dispendio y de disfrute toda clase de lujos excéntricos del dictador; tanto que podría haber sido perfectamente, la de un personaje de Hollywood. Resulta moralmente una aberración que el general y su “clan” de gerifaltes hayan podido vivir de forma obscenamente lujosa, mientras miles de cubanos pasaban necesidades vitales, llegando a situaciones límites que, en algunos casos les obligaban incluso a prostituirse para poder sobrevivir o a lanzarse al mar, tratando de llegar a la otra orilla, la de Miami, buscando igualmente, su supervivencia y la de su familia.
Aunque en esto de vivir a todo lujo a costa del comunismo, Fidel no ha sido una excepción. En Rumanía, otro dictador, Nicolae Ceacescu, mandó construir un fortín inexpugnable y a prueba de bombas, por si sus socios comunistas se cansaban de sus estridencias y ordenaban una invasión. Una modesta residencia privada, apodada la “Casa del Pueblo”, construida en una colina de Bucarest que supuso el derribo de más de 7.000 viviendas cercanas que entorpecían las vistas. La construcción de este edificio de 340.000 metros cuadrados y 5 toneladas de peso, llegó a agotar todo el mármol de Rumanía. De los detalles interiores mejor no hablar.
Aún hoy, cuando ya se cumple una semana de la muerte de Fidel Castro, seguimos leyendo y escuchando loas sobre sus bondades y su defensa de la libertad. Si no fuera porque con el dolor y la privación de libertades de un pueblo no se juega, sería para reír a carcajadas de semejante esperpento. ¿Libertad? ¿Esa libertad de la cual no disfrutan el casi medio centenar de presos políticos encerrados en las cárceles de la isla? Claro, que según siempre ha afirmado el hermano del general y seguidor más ferviente de su estirpe, Raúl Castro: no hay ningún preso político en Cuba; es más, seguramente recordarán mis queridos lectores, cómo el marzo de 2016, durante la visita de Barack Obama a la isla, Raúl Castro se atrevió a desafiar a un periodista durante una rueda de prensa conjunta celebrada en La Habana, retándole a que presentara una lista con los presos políticos que decía se hallaban encarcelados. Adolfo Fernández Sainz instó a Castro a liberar esta misma noche a los presos de la lista que le suministró, la cual detalla sus nombres, sentencia y la fecha y lugar de encarcelamiento. Finalmente, todo quedó diluido.
Resulta lamentable que el aparato castrista, aún logre seguir maquillando la realidad. Podrían preguntarle hoy mismo al periodista español Vicenç Sanclemente, enviado especial de Televisión Española a Cuba para informar sobre los acontecimientos acaecidos tras la muerte de Fidel Castro, qué opina sobre la libertad en Cuba, tras haber permanecido varias horas detenido en una comisaría de La Habana por entrevistar al disidente cubano Reinaldo Escobar, que también fue arrestado. Por lo visto, fue detenido y conducido a una comisaría por “posible alteración del orden público”. Lo dicho… ¡viva la libertad!
Dijo el historiador Alexis de Tocqueville que en una revolución, como en una novela, la parte más difícil de inventar es el final. La muerte de Fidel Castro no permite vislumbrar aún el final del castrismo, porque el poder autocrático sigue resistiéndose a cambiar de manos por mor de su hermano Raúl. Pero el final de esta era llegará y cuando eso suceda muchos de los que estos días lloraban al dictador y le convertían en el libertador del pueblo cubano, deberán llorar de nuevo pero, esta vez, de alegría por haber terminado las más largas y amargas décadas liberticidas de la historia cubana…de la revolución solo quedará…un paseo con el Granma….
Borja Gutiérrez