Hace un año, justo antes de que se celebraran las elecciones generales, el barómetro del CIS constataba que para el 59,1% de los ciudadanos españoles la situación política era mala o muy mala. Siendo desalentador el dato, al mes siguiente esta consideración ganaba adeptos y se elevaba hasta el 69,9%. Lejos de mejorar, la cosa iría empeorando con el paso de los meses. Con las elecciones de junio a las puertas, la mala consideración de la situación política se elevaría hasta el 80,1%, hasta alcanzar el mes pasado el 88,1% cuando las terceras elecciones no parecían una hipótesis muy lejana. Esta semana hemos sabido, sin embargo, que ha habido una ligera mejora y que la preocupación ha bajado casi 14 puntos, hasta situarse en el 74,3%.
A qué vienen tantas cifras, se preguntará el amable lector. Sencillamente, a constatar dos cuestiones: la primera, que el cambio del bipartidismo imperfecto al cuatripartidismo actual –y su reflejo en la vida política cotidiana y la gobernabilidad del país– no ha ayudado a mejorar precisamente la percepción ciudadana sobre el desempeño de sus representantes; y, segunda, que el desbloqueo de la gobernabilidad tras la abstención del PSOE ha tenido un efecto positivo en la ciudadanía. La gente no responde a declaraciones, responde a resultados.
Cuando hace poco más de un mes el Partido Socialista decidió abstenerse para facilitar la gobernabilidad del país y evitar terceras elecciones, no pocos le acusaron de traición –incluso desde sus propias filas– y no menos corrieron a enterrarle. Es más, alguno se apresuró a erigirse en líder de la oposición aun a pesar de no haber obtenido ni el voto de la ciudadanía ni haber hecho mérito alguno para ello. Lo cierto, sin embargo, es que el liderazgo de la oposición no es un título que uno pueda arrogarse, sino que debe ganarse cada día. Y a ello es a lo que se ha dedicado el Partido Socialista.
Ejercer la oposición no es decir a todo que no: ejercer la oposición es contraponer propuestas y sumar mayorías para hacerlas realidad. Y cuando se tiene capacidad y experiencia, cuando se superan complejos y cuando se observa como único horizonte negociador el interés de la ciudadanía, los acuerdos se logran.
Cuando algunos defendíamos la abstención para desbloquear la gobernabilidad del país, dábamos tres razones principales: no transferir a la ciudadanía constantemente la responsabilidad que atañe a sus representantes; la urgencia de afrontar problemas que no admiten dilación como el agotamiento de la hucha de las pensiones, el déficit público o la precariedad laboral; y la posibilidad de ser determinantes en la oposición ante el actual reparto de fuerzas y con un gobierno en minoría, algo que estaría en riesgo de repetirse elecciones cuando todos los sondeos pronosticaban que el PP aumentaría su poder y podría gobernar libre de ataduras parlamentarias.
Lo acontecido los últimos días es prueba de todo ello.
Los 85 diputados socialistas han sido determinantes para impulsar la mayor subida del salario mínimo interprofesional en 30 años. Lo han sido para arrancar un compromiso sobre déficit público que permitirá a las comunidades autónomas dedicar cientos de millones de euros extra a sufragar la sanidad, la educación y los servicios sociales. Y lo han sido para impulsar la reforma educativa y enfilar el desmontaje de la ley mordaza. Eso es recuperar la centralidad. Eso es ser útil.
Cuando la ciudadanía no te ha dado la fuerza suficiente para gobernar puedes hacer dos cosas: enrocarte en la inutilidad y en la irrelevancia o hacer valer tus fuerzas, ocupar el centro del tablero y negociar para lograr mejoras, mejoras tangibles, para la vida de los ciudadanos. Eso es hacer oposición útil, útil para los ciudadanos, útil para el país, forzando al Gobierno a aceptar aquello que está alejado de sus deseos para poder gobernar. Eso es, sencillamente, hacer política.
Como ya he dicho en otras ocasiones, algunos lo reducen todo a la dicotomía entre vieja y nueva política. Pero la clave está entre buena y mala política. Y el PSOE está demostrando, y se está demostrando, que sabe hacer política, buena política, para los ciudadanos y para el país. Esa es la forma de honrar la confianza obtenida en las urnas. Y la mejor base sobre la que cimentar la reconexión con la sociedad.
José Blanco