Acudo a pasear un rato por el centro de Madrid, con la maligna idea de criticar el alumbrado navideño. Después de recorrer el trayecto entre mi casa y la Puerta del Sol en un vagón de metro atestado y soportar a una jovencita sentada en el suelo obstruyendo el tránsito de los viajeros-qué manía tienen estos jóvenes de sentarse en el suelo, como si eso fuera algo moderno y progre-, mientras escucha no sé qué coño de canción en el teléfono móvil y aguantar a unos cuantos músicos mendigos rumanos, logro hacerme un hueco entre los viajeros y apearme en la estación de destino; compruebo que la lluvia es incesante sobre la capital. Cientos de personas provenientes de todas las Españas -incluidas las de allende los mares-, caminan bajo la lluvia con enormes bolsas de un conocido almacén de ropa a bajo coste y se fotografían en el árbol de Navidad o junto a la placa del kilómetro cero -ya podrían las autoridades plantar un monolito o algún tipo de monumento un poco más chulo-, machacan a los Policías Municipales con preguntas como “¿Dónde puedo comerme los mejores callos de Madrid?” o “¿Cómo puedo ir a la Plaza de Santa Ana pasando por mi hotel que está en Gran Vía?” y toman una cañita en los bares de la zona; compruebo que ni una sola de las luces municipales representa un motivo navideño.
El nuevo paganismo, basado en el marxismo, pretende celebrar el solsticio de invierno
Yo soy partidario de la laicidad del estado, pero es necesario recordar y tener presente nuestras raíces culturales. Y esas raíces no provienen de otro sitio que del cristianismo, lo quieran nuestros políticos o no.
Porque lo que celebramos en Navidad es simplemente eso: la Natividad de Jesús, el nacimiento del hombre-o hijo de Dios, si existe que no lo sé-, que cambió la historia de parte de la humanidad. Cierto es-aunque hay fuentes que no están de acuerdo-, que la fecha se escogió coincidiendo con la festividad romana de Natalis invicti solis, con el fin de facilitar la conversión de los paganos y que los germanos y escandinavos celebraban el veintiséis de diciembre el nacimiento de Frey, Dios del sol naciente, la fertilidad y la lluvia y que lo celebraban adornando un árbol de hoja perenne, tradición acogida con entusiasmo por el cristianismo cuando este llego al norte de Europa, dando paso a la tradición del árbol de navidad.
Que la fecha haya sido convenientemente escogida por los teólogos cristianos no debe hacernos creer que todo es una mentira. Y no lo es porque haya nacido Jesús o no, en ese día, lo importante es el legado de sus enseñanzas. Todo nuestro mundo-al menos en Occidente-, está basado en ellas y lo que suponen: el humanismo como doctrina esencial para la vida de los hombres. Ese humanismo-la doctrina cristiana no se difundió en los primeros tiempos con la espada, sino con el convencimiento boca a boca-, ha permitido la declaración de los derechos del hombre, fundamento de la democracia tal y como nosotros la entendemos-la democracia griega, tan alabada, solo permitía la inclusión en política de los ciudadanos de pleno derecho- y eso no debemos ni podemos olvidarnos.
El nuevo paganismo, basado en el marxismo -que tiene más que ver con el cristianismo de lo que creemos-, pretende celebrar el solsticio de invierno.
Allá ellos. Yo y una gran parte de los españoles seguiremos celebrando el nacimiento del hombre que nos enseñó a amar al prójimo, a ser mejor persona y a creer que todos los hombres nacen iguales y libres, no sé si ante los ojos de Dios o de nosotros mismos. Pero esos conceptos, esas ideas fueron y siguen siendo revolucionarias.
No lo olvidemos.
José Romero