viernes, noviembre 22, 2024
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Adriano del Valle

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Una de las consecuencias inesperadas de las redes sociales consiste en despertar de repente ese interés, que uno no sabía compartido por tantos, hacia tal o cual figura de nuestra historia reciente. Muchas veces se ha hablado de la tremenda desgracia de toda una generación española que se vio privada, por las difíciles circunstancias que vivieron, de una auténtica proyección personal al verse diluidos en la barbarie de uno de los bandos que se enfrentaron en la guerra civil. Tal es el caso sin duda del gran poeta Adriano del Valle quien, al igual que muchos otros de su tiempo, recurrió a la camisa azul y los correajes de Falange con la misma angustia de quien, sin saber nadar ante el inevitable naufragio de la nave, corre a ponerse el chaleco salvavidas.

Hace unos días tuvo lugar en Sevilla un coloquio sobre tres figuras singulares, Pessoa, Borges y Adriano. A raíz de un comentario sobre ese encuentro, que quizás se prolongue en Lisboa mediante unas jornadas específicas del Instituto Cervantes para dar a conocer la estrecha relación que mantuvieron Fernando Pessoa y Adriano del Valle, se puso en contacto conmigo Ignacio izquierdo, uno de los nietos de gran poeta sevillano. Entre otras muchas cosas, como enviarme un hermoso poema publicado en la revista Ultra, tuvo la amabilidad de contarme que está catalogando los collages que realizó Adriano, de cara a una futura exposición que pronto podría organizarse en Madrid. Esas obras, menos conocidas incluso que sus poemas, resumen de alguna manera la visión peculiar e irrepetible a través de la cual el poeta ofrece una imagen certera de esas vidas azarosas que, a la postre, terminarían por enfrentarse en bandos irreconciliables.

La imagen que muchos tenemos de Adriano del Valle es la que nos legó Daniel Vázquez Díaz en los retratos que fue haciéndole a lo largo de muchos años de profunda amistad. En algunos aparece con toga de senador romano, sobre un fondo de ruinas, con un cuerpo descomunal y mirada perdida en el infinito. De una manera parecida, sin disimular esa obesidad que le caracterizaba, José Caballero le pintó también en varias ocasiones. Precisamente, Adriano utilizó uno de esos dibujos para componer un collage enigmático, Los poetas y el cine, allá por los años cincuenta del pasado siglo, en el que mezcla audaces máquinas voladoras y etéreas señoritas, quién sabe si inspiradoras unas y otras de sus hermosos versos.  

Ignacio Vázquez Moliní

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