Algunos colectivos que se han dedicado históricamente a poner por escrito sus principios teóricos -que no los prácticos-, como los católicos, los militares, los Boy Scouts, consideran que el resto de la población no los tiene.
El servicio público, el patriotismo, el compromiso, la lealtad, se pueden defender al volante de un carro de combate Leopardo, de un autobús urbano o de un despacho de lotería.
La cooperación al desarrollo puede tener detrás una confesión religiosa o no, no es relevante.
Pero la capacidad de expresar y fijar lo que se piensa siempre importa. Es decir, quien organiza por escrito su pensamiento aparenta una mayor solidez; y además te puede dar con el catecismo en la cabeza.
Todo hijo de vecino tiene sus principios y valores, que nos pueden provocar más o menos respeto dependiendo principalmente de su cuenta corriente. A igualdad de wahhabismo, entre un exmiembro de los GAL radicalizado, un inmigrante marroquí radicalizado y un millonario saudí radicalizado residente en Marbella nadie defenderá que los atiende con el mismo respeto.
De forma bastante casual van saliendo conclusiones.
Ahora bien, lo importante no es tener muchos valores, sino tener una escala de valores que los priorice en caso de que entren en conflicto, como defiende un catedrático de filosofía llamado Gabilondo, actualmente representando al PSOE en la Asamblea de Madrid.
En seguida hablando de terrorismo nos ponemos campanudos y afirmamos que quieren atacar nuestros valores y nuestra forma de vida, sin especificar mucho porque el detalle no es posible. La razón aquí dinamita el supuesto ataque, los terroristas tienen objetivos políticos, la moral es secundaria.
La expresión nuestros valores no aguanta una concreción, mejor que permanezca indefinida. Nuestros valores y también las reformas estructurales que España necesita no necesitan concretarse, «tú ya me entiendes», y el prudente prefiere no preguntar.
La civilización es exactamente la progresión cultural, económica, tecnológica con la que nos identificamos, que incluye en nuestro caso la Grecia clásica pero no Bizancio, su continuación natural. Al mundo árabe-islámico le concedemos, como mucho, la función de puente medieval de traducción del saber clásico, y ya es bastante. Podría decirse que la historia que interesa es la de mi ombligo.
Los valores que consideremos universalmente defendibles no pueden ser los nuestros, eso sería imponerlos al resto del planeta, serán los que podamos compartir toda la especie.
Una aproximación bastante decente a eso que señalamos como valores universales sería la Declaración Universal de Derechos Humanos aprobada en 1948. El terrorismo no atacaría mis valores, sino la citada Declaración y el Código Penal.
La Organización Internacional de Normalización (ISO) acaba de publicar la primera norma mundial contra el soborno y la corrupción: ISO 37001. Pues bien, la norma ISO en cuanto a valores compartidos la establece Naciones Unidas.
Todo lo anterior se complica si tenemos en cuenta la dificultad de comprender los esquemas mentales a lo largo del tiempo, los de hoy no son los de los años treinta del siglo XX, los de las guerras carlistas del siglo XIX, ni los del VII ni los del siglo V antes de Cristo; y cambian también en el espacio, los valores suelen encerrarse en fronteras nacionales y mentales, no se aplican por ejemplo en política exterior, y sería imprescindible conocer el suelo sobre el que se sitúan los esquemas mentales y los valores, sea España, Corea del Norte o los pasillos de hotel donde las camareras cobran lo que cobran mientras huyen de los directores del FMI en celo.
Y de todo lo dicho recopilemos lo que podríamos llamar un decálogo de principios para quien no milite en ninguna secta establecida o tenga la intención de crearla:
1. Quien organiza por escrito su pensamiento aparenta mayor consistencia.
2. El peso de los valores se ve influido por el clasismo.
3. La acumulación de valores no añade mérito, sino cómo se organizan entre ellos.
4. La expresión nuestros valores debe permanecer indefinida, porque igual el vecino tiene otros.
5. La historia de la civilización es exactamente lo que ha llevado a que yo me llame Carlos Penedo (sustituir cada uno por su nombre).
6. Los valores defendibles universalmente deben ser universales.
7. Los miembros de mi entorno cultural son individuos con conciencia propia, los otros se comportan como un solo bloque, algo animalizados.
8. No todo el planeta comparte mis esquemas mentales.
9. Mi grupo cultural no tiene hoy los mismos esquemas mentales que hace cinco siglos.
10. No existe grillo que pese medio kilo más que otro.
Con bastante menos se han fundado algunas religiones.
Carlos Penedo