lunes, noviembre 25, 2024
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Europa pone orden

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Una vez más ha tenido que ser la Justicia europea quien ponga orden en nuestra casa y acabe con un atropello padecido por muchos ciudadanos. Personas que han visto vulnerados sus derechos y que, para verlos restituidos, ya habían perdido la confianza en sus políticos y jueces nacionales.

El Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) ha declarado la nulidad total de las cláusulas suelo que incorporan algunas hipotecas y ha dictaminado que la banca debe devolver las cantidades cobradas de más a miles de clientes de forma indebida durante años.

Con esta contundente resolución, el tribunal comunitario repara una más de las injusticias padecidas en esta crisis por miles de familias. Al mismo tiempo, va un paso más lejos y arregla la situación creada por la cobarde sentencia del Tribunal Supremo español, que en 2013 también dictaminó que las cláusulas suelo eran abusivas pero no se atrevió a declarar su nulidad total y limitó la aplicación de la retroactividad al 9 de mayo de ese año. Fue una especie de ‘sí pero no’ que supuso una victoria moral para los afectados pero no obligó a los bancos a devolver todo el dinero.

Las cláusulas suelo son un invento que aplicaron algunas entidades desde la primera década de este siglo y cuya incorporación masiva a los contratos hipotecarios coincidió con la fiesta del dinero barato. Con ellas, las entidades buscaban proteger sus ganancias frente a eventuales bajadas de los tipos de interés que ya se decidían lejos de los centros del poder financiero nacional y al margen de sus intereses: en Frankfurt, donde está la sede del Banco Central Europeo, y a partir de criterios tan lejanos como la fluidez del crédito a escala continental o la evolución de la inflación en Alemania.

A los bancos españoles no les bastaba con el diferencial que añaden al Euribor por sistema en todos los préstamos para asegurarse beneficios. Con las cláusulas suelo les daba igual cuánto pudiera caer el Euribor porque, aunque entrara en terreno negativo como ocurrió años después, establecían umbrales por debajo de los cuales el interés no bajaba. Eso garantizaba mes a mes jugosos beneficios provenientes de todas las hipotecas en los 30 o 40 años de su vigencia, sin que la coyuntura económica pudiera afectar más allá del margen que el banco consideraba admisible.

Hay quienes están de parte de la banca y alegan que nadie obligó a los afectados a firmar préstamos en esos términos y que cuando uno compra un bien o servicio, en este caso un producto financiero, debe asegurarse de conocer sus características. No tienen razón, porque muchas veces es escasa la información dada a los clientes o éstos carecen de formación financiera suficiente para entender sus efectos. Ocurre también a menudo que la parte menos amable del contrato –cláusulas suelo, cuantía y método de cálculo de los intereses de demora…- está en la letra pequeña, que ni siquiera se aborda al formalizar el préstamo. Este tipo de situaciones no sólo se han dado con las cláusulas suelo, acuérdense de las preferentes.

Es normal que el tribunal de Luxemburgo haya dictaminado que las personas que suscribieron hipotecas con cláusulas suelo han sufrido indefensión. Y también que diga que la decisión del Tribunal Supremo español de limitar en el tiempo la retroactividad de su nulidad supone una reparación incompleta, insuficiente e ineficaz. Ahora la banca tendrá que aplicar la invalidez total de dichas cláusulas y devolver los miles de millones cobrados de más.

El Supremo no se atrevió en 2013 a hacer justicia y alegó en su descargo las consecuencias macroeconómicas que podría tener la medida para el recién rescatado sector financiero. Una vez más, los poderes públicos anteponían los intereses de la banca a los de las familias sobre cuyas espaldas recayó el peso de la crisis.

Por suerte, y pese a su reciente desprestigio, todavía nos queda la UE. Su alto tribunal sí ha priorizado la restitución de los derechos vulnerados al negocio de unos pocos. Europa ha demostrado que queda en ella mucho de aprovechable. Mantengámoslo y cambiemos lo que no nos gusta. Está en nuestras manos.

César Calvar

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