A mí me dan mucha pena los pobres ricos que se gastan setenta mil euros en una especie de tanque urbano pero no pueden pagar los parquímetros ni usar los estacionamientos subterráneos. Su penuria les obliga a dejar sus cochazos en doble fila, mal aparcados o subidos en las aceras. Quizá porque tras gastarse en auto y combustible, en el colegio privadísimo y en los restaurantes y tiendas de lujo, ya no les quede dinero para dejar bien su auto. Cuanto más cara es una zona, más coches de lujo hay en doble fila, estorbando.
Los aledaños de la confitería Mallorca, la calle de Serrano de Madrid, las cercanías de los colegios privados, las inmediaciones de las tiendas de lujo están siempre llenos de estupendos autos, en medio, en doble fila. No hay agente de policía que logre meterlos en cintura. Sucede igual con los inmunes automóviles con placa diplomática, CD, y con los que tienen chófer. En Lisboa también el incivismo es directamente proporcional al tamaño y lujo del vehículo. No se si en Barcelona será igual, pero creo que no tanto.
Es muy curioso que cuanto más se gaste en coche menos se gaste en respeto a los demás. O quizá sea porque hay que enseñar el Porsche Panamera o el Range Rover al resto de los mortales y en doble fila se ven mejor. Además, para eso tenemos una subclase, los modestos aparcacoches, que velan por el bólido por una módica cantidad mientras el propietario compra prendas caras, discute negocios en torno a una buena mesa o se pone tibio de langostinos.
Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye