lunes, noviembre 18, 2024
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Éxito y confianza

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Es fácil medir el paso del tiempo. Lo que no es fácil de medir es la percepción de su paso. Poco tiene que ver lo que sentimos al perder dos horas de nuestras vidas en un atasco con el mismo tiempo disfrutando de una buena película en el cine o de una buena conversación con amigos. En el primer caso, se hace denso, pesado, plomizo. En los otros, parece volar. Algo parecido sucede con los tiempos políticos.

El año que se va, ha sido un año denso en acontecimientos. Y largo, muy largo.

Hace un año, justo tras conocer los resultados de las elecciones de diciembre, escribía en este diario que todo eran incógnitas difícilmente resolubles. El tiempo, unas segundas elecciones, y asomarse al abismo de unas terceras, se han encargado de aclarar algo el panorama: al menos, se ha acabado la interinidad del gobierno y la normalidad ha vuelto al funcionamiento de las instituciones.

Si la Navidad es período de reflexión y balance, Mariano Rajoy es probablemente el líder que la habrá pasado con más tranquilidad, y no solo por carácter. A fin de cuentas, de las elecciones de hace un año salió sintiendo cómo los electores le habían segado la hierba bajo sus pies y, sin embargo, doce meses después, sigue al frente del Gobierno, tragando sapos y culebras y sufriendo revolcones parlamentarios, pero en la misma silla en la que parecía imposible que lograra continuar. Mérito en gran medida ajeno, dirán algunos. Cierto, pero nadie le puede negar persistencia.

A Ciudadanos, sin embargo, no paran de acumulársele los problemas. Si bien al evitar las terceras elecciones ha podido conservar los magros resultados de las segundas, lo cierto es que no acaba de encontrar su sitio: a falta de definición ideológica, donde unos ven una bisagra, otros ven una veleta, lo cual no parece ayudar a consolidar la parroquia. Tiempos de incertidumbre los que se abren para un partido sin más referente que su líder.

Caso aparte es el de Podemos. En estos doce meses, hemos comprobado cómo un partido que, decía, venía a impulsar el cambio se decantaba por impedirlo, conduciéndonos a unas segundas elecciones en que lejos de asaltar los cielos, mordió el polvo al dejarse 1 millón de votos en el camino. Desde entonces, su discusión se ha vuelto autorreferencial, girando en bucle sobre sí mismos. Podemos se ha especializado en hablar de Podemos y de los distintos Podemos, con unas facciones acusando a las otras de “poner en peligro el proyecto”. De lo cual me surge al menos la siguiente duda: ¿a qué proyecto se refieren? ¿Al que huía de las etiquetas izquierda-derecha? ¿Al que se decía socialdemócrata? ¿Al que se reclamaba como izquierda pura y auténtica? Por no hablar del sentido democrático de tales manifestaciones… En fin, el en tiempos núcleo irradiador parece hoy en proceso de fisión.

En cuanto al Partido Socialista, no es exagerado admitir que ha sufrido uno de los peores años, sino el peor, de todo el período democrático. Aun así, tras desbloquear la situación política que amenazaba con llevar al país a terceras elecciones, ha sabido recomponerse en el plano parlamentario, utilizando el peso estratégico de sus 85 diputados para arrancar acuerdos clave como el reparto del déficit público –desbloqueando recursos para educación y sanidad–, la subida del salario mínimo, la supresión de las reválidas o el acuerdo contra la pobreza energética, logros que prueban lo acertado de la difícil decisión de la abstención.

Sí, 2016 empezó dando una patada al tablero político tal y como lo conocíamos pero, lejos de consolidar a las nuevas fuerzas como los nuevos referentes, ha confirmado algo que los más viejos ya sabían: que en política para lograr el éxito, primero hay que lograr la confianza.

José Blanco

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