Hemos superado la Navidad, como nos decía mi tía Matilde. Ahora, chimenea, un poco de cava catalán, algunos amigos, poco barullo, cielo frío y con astros de hielo en la oscuridad transparente. Algún polvorón y la deliciosa hojaldrina de Alcaudete (Jaén). Quizá una copa de Oporto y un puro. Una se levanta y recita un poema, otro pone un disco de Serrat, o de Leonard Cohen, todo ya algo antiguo pero muy oportuno, como Allleluiah.
Antes de anochecer paseamos por los campos silenciosos, los montes ya oscuros, algún ladrido lejano. Por la carretera ya no pasa nadie, la gente se ha ido recogiendo. Baja la helada que por la mañana dejará escarcha saludable, que limpia los malos bichos y hace fermentar las tierras.
En estos días leeremos libros algo viejos, hablaremos de lo de siempre, tendremos un recuerdo para los que ya se fueron y nos acompañaron otros años. Pensaremos también un poco en las desgracias de tantos, tan lejos o tan cerca. Y, sobre todo, estaremos ausentes de calles engalanadas de artificio, luces y agitación.
Los motores en el campo reposan, las tareas callan. No hay conexión a internet y la noche invernal tiene una magia antigua, que unos imaginan religiosa y a otros les evoca el fin de un ciclo, de otro año, de lo que se presiente, se teme o se ansía.
¡Buen año para todos, bon any a tots, urte berri on!
Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye