Dos días transcurridos del año han producido dos mujeres asesinadas. No se trata de la “maldad” descubierta recientemente por el magistrado Salas sino pura violencia machista. Tampoco una mujer muere “al caer” de un piso, como dicen algunos titulares, sino que la asesinan, tirándola desde un balcón.
Entre machismo, alejamientos que no se cumplen y sospechosos titulares empezamos un año que continua lo que ya supimos el año pasado. 104 asesinatos de mujeres se produjeron en 2016, en gran su mayoría por violencia machista.
Una cifra que de referirse a cualquier otro colectivo sería un escándalo pero que tratándose de mujeres pasa a ser invisible. Un muerto es un escándalo, un centenar de muertas es una estadística, que solo parece irritar a una parte de nuestra sociedad.
Las administraciones públicas, la judicatura, la policía no prestan atención al cumplimiento de las medidas más básicas de seguridad. El seguimiento de los alejamientos, la calificación de estos como de bajo riesgo, por ejemplo en el caso del asesinato de Rivas, la ausencia de medios policiales y judiciales son indicadores de la falta de rigor con la que se ha perseguido en el año acabado las agresiones machistas.
No puedo olvidar las apreciaciones “ideológicas” que de vez en cuando tiende a desvalorizar el machismo que mata o a culpabilizar a las propias mujeres. La última ha sido, ni más ni menos, del magistrado del Tribunal Supremo Antonio Salas que publicó, la tarde del uno de Enero, que la violencia machista se debe a la «maldad innata» del hombre (y de la mujer) y no a un problema educacional. La cosa es negar una cultura social que tolera o ampara la violencia machista.
«Si la mujer fuera más fuerte que el hombre, tal vez el problema fuera al revés», afirma el magistrado reduciendo a un problema físico lo que es un comportamiento social intolerable que, por cierto, afecta a todos los sectores sociales de la sociedad española.
Que hayamos de recordar una y otra vez la necesidad de sensibilidad institucional, la necesidad de acciones políticas y la necesidad de nuevas medidas no es sino muestra evidente de que las cosas no avanzan sino que siguen igual y, a veces, peor.
La violencia, se acompaña con desigualdad evidente en el acceso al empleo, en el salario en la igualdad de oportunidades, configurando un cuadro de discriminación cada vez más intolerable.
El sistema de justicia actúa cuando la violencia ya ha tenido lugar. La policía no puede o no cubre los alejamientos. Instituciones educativas o judiciales son permisivas con una serie de argumentarios que hieren cualquier sensibilidad.
La mejor vacuna contra la violencia es la educación. Lo ha sido siempre y lo saben quienes se resisten a desarrollar un modelo educativo que incorpore la educación para la igualdad. De eso se habla cuando se habla de educación para la ciudadanía, que escandaliza tanto a la derecha política e ideológica.
El machismo no es un problema de maldad o de fuerza física como dice el gurú que hemos tenido que soportar esta semana.
El machismo responde a una realidad evidente: las mujeres han cambiado el mundo en los últimos años y los hombres aún no lo han entendido.
Es de esta crisis de pensamiento de donde nace la voluntad de control que, en última instancia, se encuentra detrás no solo detrás muchos comportamientos machistas sino de la violencia que asesina.
Libertad Martínez