Cuando las izquierdas se ponen a radicalizarse o a renovar su propuesta se hacen populistas. No importa el ideario sino la corriente mayoritaria, donde nadie se para a distinguir lo que es izquierda y derecha.
Leo a Corbin, ese gran socialdemócrata que junto a jóvenes tipo Owen y viejos tipo Sanders o Borrell, iba a cambiar la izquierda. Me asombra como compra el discurso antieuropeo de los conservadores o como se apunta a regular la inmigración.
Leo a un analista en España que, en nombre de la más izquierda, compara la lucha entre lo viejo y lo nuevo actual con la ocurrida en la transición. Tengo una terrible falta de información que me impide saber que los nuevos de ahora pueden ser asesinados en un despacho, como los nuevos de entonces; me he debido perder el momento en que el Presidente de Gobierno ha sido designado por un dictador y no votado en urnas.
No había caído en la cuenta de un detalle fundamental para cualquier analista que se precie: los cuarenta años transcurridos desde las primeras elecciones democráticas son los mismo cuarenta, fíjense Ustedes, que duro el régimen franquista. Cifra que inhabilita la “arquitectura política que 40 años después ya no sirve”.
Cuando la izquierda cede ante las maniobras de las clases medias más cabreadas, se desnorta. Corbin ha dilapidado el poco crédito que le quedaba, aceptando el discurso antimigratorio y antieuropeo del populismo más extremo. Los que han descubierto, en desprecio de la Constitución y los esfuerzos de la transición, “una izquierda domesticada” ya carecían de crédito y pasan, simplemente, al bando de la más deleznable ignominia.
Cuando la izquierda cede ante las maniobras de las clases medias más cabreadas, se desnorta. Corbin ha dilapidado el poco crédito que le quedaba. Los que han descubierto,“una izquierda domesticada” pasan, simplemente, al bando de la más deleznable ignominia.
Pero no cabe engañarse; a los nuevos profetas no les interesa el contenido de los cambios constitucionales sino aprovechar para sustituir la técnica del diálogo, la concertación y las reglas convenidas por el conflicto y la confrontación.
Cuando se abraza la filosofía de “el que más chifle, capador”, del conflicto, no son precisamente los más débiles los que ganan. El origen de los estados del bienestar, de los compromisos que hicieron posible la distribución de la riqueza, el modelo social europeo que ahora se defiende en variantes finlandesas, danesas, nórdicas o de otro tipo es, precisamente el diálogo.
Es la sustitución del conflicto por las reglas lo que permite poner la prioridad en el programa social. Si la izquierda se desnorta y se plantea un nuevo tipo de régimen político, difícil imaginar uno distinto a la democracia representativa para que engañarnos, el deterioro social persistirá, entre la desatención de los programas políticos.
La crisis de los refugiados, la pérdida derechos sociales y la política de construcción de muros no puede permitir que la izquierda acepte el miedo que la derecha expresa a la inmigración, a programas comunes o la resurrección del proteccionismo o el patriotismo comercial.
La crítica al lado salvaje del capitalismo y a la desigualdad no puede convertir en víctima a la democracia, la constitución y las reglas. Democracia, Constitución y reglas son las que deben permitir reconstruir un Estado que se ajuste a la promesa de protección de la mayoría, en realidad el compromiso de la izquierda que se atreve a ser izquierda.
Libertad Martínez