miércoles, octubre 2, 2024
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Paterson en Paterson

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Resulta una paradoja de primer orden, pero puede decirse que la repetición es el ingrediente que sazona de originalidad el cine del autor norteamericano de origen checo Jim Jarmusch. Su filmografía demuestra que su más preciado recurso narrativo es la reiteración indisimulada de las situaciones: eso sí, con variaciones más y menos ligeras. Vimos por ejemplo un vaivén de coloquios solos o con leche en “Coffe and Cigarrettes”, un puñado de individuos y argumentos extravagantes en los cinco taxis de cinco ciudades que recorrían “Una noche en la tierra”, una sucesión de ex novias melancólicas o enfurecidas en “Flores Rotas”. Y vimos japoneses mitómanos y un homicidio y hasta un fantasma con tupé que sin embargo confluían en el tiempo y espacio de la aguda “Mystic Train”.

En todas ellas se percibe un humor amable, una jovialidad bien resuelta que nos vuelve cordial incluso el devenir de asesinos en serie como el obeso samurái de “Ghost Dog”. Una colección de guiones ingeniosos, una afortunada dirección de los personajes -también a menudo repetidos como Murray, Depp, o Benigni- y un adobo de ternura y surrealismo nos acaban de descubrir el cine personalísimo de Jim Jarmusch.

Tales elementos, embadurnados de una pátina de sofisticación, son patentes en la recién estrenada “Paterson” que tan elogiosas críticas despertara en el festival de Cannes. En ella el autor bosqueja un escenario particularmente cotidiano: una ciudad de Nueva Jersey de nombre Paterson en la que habita un conductor de autobuses de nombre Paterson. He aquí la primera de las repeticiones que brotan en el recorrido de una película que se entrega al género y al instinto poético. Un lance literario en el que, por cierto, la reiteración aporta equilibrio y belleza: es el arte de la rima y la estrofa.

La propia película se construye como un octosílabo en el que cada verso comienza con la misma cadencia y diminutas variaciones: un plano cenital, una cama de matrimonio, Paterson y su esposa o uno de los dos nada más amanecer. Los cereales del desayuno, el compañero de trabajo que vuelve a lamentar su suerte, las conversaciones volátiles de los pasajeros, los paseos al perro que culminan en el pub en el que la misma pareja litiga con los mismos argumentos. El mundo de Paterson en Paterson parece dominado por la tautología, que fiel a su peculiar sentido del humor subraya Jarmusch con resortes como las geometrías redondas como insignias del eterno retorno, la nada natural de proliferación de gemelos, o la evocación de nombres de ida y vuelta como el del poeta William Carlos Williams.

Sin embargo en una atmósfera de fulgor tan cotidiano el arte es capaz de brotar y he aquí el mensaje del director. Su protagonista extrae poesía precisamente de la rutina: de la cascada ante la que finiquita su almuerzo, de las cajas de cerillas que acostumbra a comprar, del temperamento cándido de su amada Laura. Es éste un personaje principal, una artista atrapada en el blanco y el negro –o en el blanco sobre negro, tal vez otro guiño del director- y en los círculos que remansan su doble talento pictórico y culinario. Paterson acepta sus caprichos –ayer quiso ser cantante en Nashville, mañana repostera de éxito- y  volverá a despertar en sus brazos en el siguiente día de la semana.

Y también está Marvin, el bulldog que desata el doméstico accidente que turba la monotonía de Paterson. Porque también las vicisitudes que amenazan su confortable rutina son mínimas –un autobús que se avería, un hombre despechado por su amada- e incapaces de aturdir a un poeta que masculla sus versos al volante desmesurado de su vehículo. Y que encontrará su propio gemelo en quien como él sienta en las pequeñas cosas la delicada vibración de la poesía.

Si la exótica Golshifteh Farahani encarna el temperamento y la improvisación, Adam Driver dota al personaje principal de un contrapunto sereno y contenido. Mucho más cerca, por inspirarnos en otras piezas de su director, del estoico Murray de “Flores Rotas” que del histriónico Begnini de “Una noche en la tierra” (en fin, y de todas sus noches en la tierra).

“Paterson” es como de costumbre una obra personalísima de un optimista sin remedio como Jim Jarmusch. Tal vez magistral para unos y tal vez tediosa para otros, pero indudablemente dotada de un dadivoso impulso creativo. Ya se sabe: “para la ternura siempre hay tiempo”. 

Fernando M. Vara de Rey

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