Adam Smith es considerado por casi todos los pensadores como el fundador del liberalismo económico. Es cierto que hubo teóricos anteriores a él que fundamentaron las bases del liberalismo, pero la influencia de “La riqueza de las naciones”, el libro más conocido de Smith, es indiscutible incluso a día de hoy. Para Smith, el principio de la riqueza estribaba en el trabajo que cada persona desarrollara. En el esfuerzo personal como pilar para conseguir la prosperidad, en contraposición a otros pensadores que entendían que esa base se sustentaba en la propia sociedad y el Estado, garante de que el individuo gozara de todos los placeres sin aparente necesidad de satisfacer sus obligaciones con el resto de integrantes de la sociedad.
La izquierda sigue confusa a día de hoy con los principios liberales que comenzaron a propagarse a partir de las teorías del escocés Adam Smith y otros pensadores posteriores. Y por ello, Smith suele ser objeto de permanente chanza por parte de esa misma izquierda. En un ejercicio de cortedad de miras, le reducen a creador del “capitalismo salvaje”, la mayor de las bestias del infierno para quienes siguen aferrados al materialismo histórico de Marx y al fracasado comunismo.
Muchos de estos caricaturistas de la izquierda radical tampoco habrán buceado en profundidad en “La teoría de los sentimientos morales”, en la que el filósofo escocés se adentra en la ética del ser humano y se fundamenta en el proceso de empatía, mediante el que un individuo es capaz de ponerse en el lugar de otro, aun cuando no obtenga beneficio de ello. Para ello, Smith creó la figura del “espectador imparcial”, la voz interior que dictaría la propiedad o impropiedad de las acciones y fundamentaría la ética del individuo.
Hay un momento en esa obra que resume perfectamente su esencia. Smith afirma que si examinamos por qué el espectador singulariza con tanta admiración la condición de los ricos y encumbrados, descubriremos que “no obedece tanto a la holgura y placer que se supone disfrutan, cuanto a los innumerables artificiosos y galanos medios de que disponen para obtener esa holgura y placer. En realidad, el espectador no piensa que gocen de mayor felicidad que las demás gentes; se imagina que son poseedores de mayor número de medios para alcanzarla”.
Dos siglos y medio después de su alumbramiento, este pensamiento se convierte en contemporáneo por el permanente interés por parte de los fieles a Podemos, siempre tan interesados en la lucha de clases como motor de confrontación social, por tratar de echar por tierra el mérito de quienes han conseguido superar todas sus metas a base de trabajo y esfuerzo. El año pasado tuvimos varios ejemplos, aunque quizá el más significativo fuera el linchamiento permanente contra Amancio Ortega, propietario del grupo Inditex, que comenzó su trayectoria en una modesta tienda de La Coruña y hoy es el fundador y gestor de varias cadenas textiles con presencia en medio mundo, dando empleo nada menos que a más de 4.000 personas. Muchas de ellas en España.
Cada vez que alguien osa recordar la exitosa trayectoria profesional de Ortega, los de Podemos, con su jefe de filas Pablo Iglesias a la cabeza, se lanzan a su cuello para intentar denostar a este empresario, llamándole incluso “terrorista” como el propio Iglesias llegó a afirmar vía twitter, que es la fórmula escogida por los populistas de nuevo cuño para lanzar todos sus comunicados y peroratas. En lo de tuitear a toda máquina, Iglesias se parece a Trump. Eso sí, cuando los anticapitalistas como Urban ejercieron de anfitriones en España del multimillonario Varoufakis, el ex ministro de economía griego, todo fueron parabienes a su persona. La empatía de la que hablaba Adam Smith lleva a los de Podemos a considerar que los millonarios son deleznables o adorables en función de su supuesta ideología.
Detrás de todas estas piruetas de la izquierda radical, existe el descabellado intento de denostar nuestro sistema democrático tildándolo de plutocracia, cuando no ha existido mayor plutocracia que en los regímenes comunistas, donde sólo los ungidos por el partido único que lograban ascender verticalmente, se convertían en muñidores del sistema y adquirientes de grandes fortunas, sin más mérito que halagar al dictador de turno.
Para la izquierda radical de nuestro país, la plutocracia surge como demérito de otro concepto también muy denostado por ellos, el de la meritocracia. Para ellos el valor del esfuerzo personal es sinónimo de desigualdad: unos sí que llegan a alcanzar sus objetivos y otros no pueden, siempre por culpa de la sociedad y no por el esfuerzo invertido en ello. Y claro, se empieza denostando la Democracia y se acaba convirtiendo en presidente de un país a un tipo como Maduro, sin mayores logros personales que el haber sido chófer de Chávez y halagador nato. ¡Eso sí que es un gran ejemplo de plutocracia!
El profundo desconcierto en el que el comunismo vive desde la caída de casi todos sus regímenes y del muro de Berlín, y la catástrofe de intentar sustituirlo por un socialismo real, nos devuelven a la realidad de que el liberalismo, con todas sus imperfecciones, que también las tiene, sigue siendo el sistema económico y social más vigente. Y sin duda, a día de hoy, es el único que se centra en el valor individual de las personas para construir sus propias metas y erigir el esfuerzo personal como base de todo progreso individual y colectivo. No nos dejemos engañar. Regresemos a Adam Smith, y a otros liberales, que es lo que está consiguiendo que hagamos la izquierda radical española….amigos, el robot va a perder…
Borja Gutiérrez