“La inteligencia no se manifiesta por tener un determinado nivel de estudios sino en la capacidad de guardar silencio cuando el ignorante hace ruido…”
El problema, estimados lectores y lectoras, es cuando el silencio nos hace tolerantes con ideas, discursos o propuestas que, en realidad, hacen daño a la gente.
La ignorancia histórica, la descalificación o intimidación se han convertido, junto a los que se atreven a llamar “hechos alternativos”, es decir mentiras, en las armas de la nueva política. No es extraño que argucias, discursos o trampas que practican políticos de nuevas derechas se repitan en políticos de izquierdas que se dicen nuevas.
Si hay algo de “trumpismo” en la izquierda española podrá encontrarse en las falsedades, medias verdades, o retóricas vacías que practica Alberto Garzón. El silencio ante las sandeces habituales del comunista de salón suele ser la respuesta más inteligente; pero quizá hemos llegado a ser cómplices de retóricas que vacían la historia de la izquierda española hasta hacerla inservible para el futuro.
Con motivo del aniversario de los asesinatos de Atocha, el liquidador de Izquierda Unida, ha acabado publicando un artículo en el que, tras recordar que el tirano murió en la cama, reprocha a nuestros padres que la democracia fuera una mera continuación de la dictadura, un pacto de élites, “una derrota preconcebida”. Argumentos que sirven, dice, para seguir abriendo el melón de la transición.
Digámoslo de otra manera, con una sinvergonzonería digna de mejor causa, lo que dice el izquierdista del Vanity Fair es que la democracia esta trufada de ilegitimidad, así que no se ve obligado a respetar regla alguna ni democrática, ni partidaria ni de respeto histórico.
El respeto a la historia, no es pequeña cosa en la política de la izquierda. Las luchas históricas, los sacrificios que por sus pueblos han hecho las fuerzas de izquierda suelen ser banalizados por quienes no han participado en ninguna de ellas pero, eso si, se las saben todas; tanto y con tanta profundidad que se atreven a juzgar la inutilidad de algunas o las traiciones de estos o aquellos.
Nada peor puede ocurrirle a la vieja bandera del comunismo español o de Izquierda Unida que éste abanderado dispuesto a arrendarlas a la primera de cambio.
Alberto Garzón lleva años construyendo un argumentario para deslegitimar a su formación política. Un partido cómplice de un “pacto de élites” o una formación política, que él dirige, responsable de no haber abierto el melón de la transición, es evidente que no sirven para mucho. No le quedará más remedio que buscar otro acomodo.
Esta mañana, la del 24 de Enero, hemos palidecido de vergüenza cuando un acólito del izquierdista de salón, un tal Alvaro Aguilera, ha debido ser puesto en su sitio por un abogado superviviente de la matanza de atocha, Alejandro Ruiz Huerta, que le ha venido a decir que no se usara en vano el nombre de los asesinados.
Es un claro ejemplo de que se acabó el silencio. Un ejemplo para todos nosotros y nosotras que debemos dejar de creer que lo inteligente es ignorar a quienes desprecian el esfuerzo democrático de los demás, de la sociedad española, de sus formaciones políticas.
El “trumpismo” se contagia a toda clase de políticos oportunistas que buscan compulsivamente un espacio político que no alcanzaron por mérito o experiencia, como es el caso de Alberto Garzón.
Se contagia a políticos carentes de vergüenza, ética y políticamente gilipollas, como dice un buen amigo mío, como es el caso del mayordomo izquierdista del Vanity Fair, que no dudan en descalificar a los demás, deslegitimarlos, para justificar una desmedida ambición por ocupar un hueco en un escenario político.
Libertad Martínez