domingo, noviembre 24, 2024
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¿Nos fiamos de los periodistas?

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Ingresó, desvió, criticó, blanqueó, estafó, negó, presumió o exigió son verbos de la discordia. Algunos verbos adjetivados del periodismo del siglo XXI. Los comunicadores escaseamos en recursos y todas las informaciones saben igual: a enfrentamiento y denuncia, a corrupción y crimen. “Good news, no news”; una máxima que se aplica en la actualidad hasta límites insospechados, en ocasiones estomagantes.  

El control de calidad de las noticias es cada vez menor y el reconocimiento general de las fuentes periodísticas como autorizadas o válidas por su relevancia, es prácticamente nulo. Como apunta con total acierto el experto en comunicación, Ramón Salaverría: “Los medios parecen más pendientes del reloj que del diccionario o la confirmación de la noticia”. La inmediatez derivada de la mudanza digital o la clásica cultura del pelotazo, ha dejado a un lado la comprobación exhaustiva y obligada del hecho noticiable.

Así, es práctica común en determinados medios la publicación de informaciones que mueren “online”. Mucho ruido y muy pocas nueces, casi ninguna. Sumamos a todo esto la intervención social en la noticia, lo que se viene a llamar el periodismo ciudadano. No hay moderación informativa porque la sociedad ha roto todas las barreras deontológicas con su intervención oral y escrita en el mundo de las redes sociales. Las tareas de filtración, mediación y prescripción social son obligadas en los medios de comunicación; funciones que debe ejercer el periodista multicanal.

Pero analicemos también otros lodos de aquellos barros. Una de las consecuencias inevitables de las noticias raquíticas, sin contrastar, contra propios y extraños, es la viralización de la mentira en el universo digital, que deja al descubierto e indefenso al afectado por la misma. Prácticamente sin capacidad de restituir su honorabilidad a corto y medio plazo. O lo que es lo mismo, le sitúa en el escenario maldito de los acusados, de los imputados, de los condenados por el propio medio sin presunción de inocencia. La impunidad informativa.

Por otro lado, la elucubración como norma y, aún peor, el análisis continuo del enfoque sesgado convertido en verdad, provoca corrientes de opinión generadoras de conflicto permanente que abren las puertas al enfrentamiento social.

De todos es sabido que la noticia como género ha de ser es objetiva, pero de facto nunca lo es. Y no lo es desde el mismo momento en el que el periodista interpreta lo que ve y oye. No obstante, el contenido informativo debe ser veraz e imparcial, bien porque el hecho sea comprobable de manera directa por el receptor, bien porque se citen las fuentes que proporcionan los datos emitidos. En el caso de que las fuentes no se citen, la noticia siempre debería llegar complementada con la versión de todas las partes implicadas. Y esto no se cumple.  

Asistimos al espectáculo diario de la información sin contrastar, de argumentos débiles en los que se entremezclan los géneros periodísticos como linajes, lo que nunca lleva a nada bueno. Opinión y noticia son complementarios, necesarios, pero nunca han de confundirse en el ejercicio de la profesión. Ya lo escribí en su momento: no todo vale, no vale la injuria, no vale la calumnia, no vale la acusación sin pruebas, no vale el acoso y derribo, no vale la libertad de expresión como un paraguas que cubre la infamia y la mentira.

Fernando Arnaiz

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