lunes, noviembre 25, 2024
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La tontificación

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Los fundadores del pensamiento occidental Platón, Kant y Descartes eran blancos. Hasta ahí nada que no supiéramos hasta ahora. La novedad estriba en que un grupo de estudiantes de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de una Universidad de Londres ha solicitado que dejen de ser estudiados los tres filósofos… ¡sólo por ese motivo! Por ser blancos. Según estos jóvenes,  hay que “descolonizar” la universidad y “enfrentarse” a una institución blanca. Y si llegado el caso tuviera que estudiarse su pensamiento en las aulas, habría que hacerlo siempre desde “un punto de visto crítico” y cuando fuese “estrictamente necesario”.

Tal grado de estultez no es exclusivo de estos universitarios. En Estados Unidos hubo quien llegó a pedir la marginación de las aulas de obras como “Huckleberry Finn” de Mark Twain por su discurso “racial” y hasta quien fantaseó con prohibir el estudio de “La Biblia” por su deriva “fanático religiosa”. De momento esta pléyade de lumbreras modernos no han alzado su voz para solicitar que los alumnos pasen menos tiempo con la PlayStation y más con los libros; o para que en las aulas no se utilice el teléfono móvil, aunque haya diversos estudios que relacionan un mejor rendimiento académico cuando estos dispositivos no se utilizan. Vivimos una época en la que para algunos estudiantes es más importante saber mandar un emoticono por whastapp que interesarse por el pensamiento cartesiano.

Decía Séneca, otro filósofo también blanco para desgracia del grupete de universitarios londinense, que “más vale ser pobre que tonto, porque el pobre tiene necesidad de dinero y el tonto tiene necesidad de razón”. Un bien cada vez más escaso, especialmente entre las capas más jóvenes, que prefieren el postureo frente a la reflexión. Lo fácil y cómodo frente al esfuerzo y la inquietud. Lo guay y moderno frente a lo que huela a viejuno. Y en este caldo de cultivo, ha encontrado su ecosistema natural la izquierda radical.

El proceso de tontificación que practican los de Juntitos Podemos es un mecanismo tan refinado como poco novedoso. Primero hay que rechazar todo lo que ha cimentado la sociedad: la Democracia actual ya no sirve, las leyes están para incumplirse y hay que abolir la Constitución sin proponer nada a cambio. Luego hay que echarse al monte de las calles: la masa es el auténtico foro de debate; las casas okupas, los nuevos parlamentos; y enfrentarse a la Policía quemando contenedores, las proposiciones no de Ley.

Porque la gente lo es todo. Y así los grandes intelectuales o científicos son sustituidos por los “movimientos” sociales y las pancartas. El escritor Javier Marías lo expresaba bien en un artículo reciente: “Hoy no es nadie quien no protesta, quien no es víctima, quien no se considera injuriado por cualquier cosa, quien no pertenece a una minoría o colectivo oprimidos”. Y lo ha reafirmado esta semana el secretario de organización de Podemos, Pablo Echenique: “España es el 15-M y es Podemos”. Y fuera de todo eso no hay nada más. La España actual comienza y acaba en ellos.

Una vez controladas las calles, el proceso de tontificación continúa en aquellas instituciones en las que la izquierda radical pisa moqueta: primero, adoptando medidas con marcado cariz sectario para contentar a la masa: de ahí surgen los titirietarras del Gora Alka-Eta de Madrid. Y  luego, proponiendo muchas otras medidas que no se pueden llevar a efecto por irrealizables: si hay suciedad en un colegio, que limpien las madres de los escolares, nos dijeron. Y entre medias se teje una espiral conspirativa: todo aquel que osa criticar estas medidas es acusado de encender la máquina del fango. Y si es periodista, le montan una web institucional para contradecirle y aportarle la auténtica luz de la verdad, que sólo es la suya, como pasó con la web “Madrid VO”. Eso sí, la máquina del fango sólo funciona en una dirección, porque cuando las críticas, las calumnias o los escraches se vierten sobre representantes de otros partidos, lo que se está ejerciendo es la “justicia social liberadora de los oprimidos”. La gente siempre tiene razón.

Sea como fuese, la tontificación de la sociedad ha llegado para quedarse. Y lo demuestran a diario los desgobiernos de la izquierda radical, que se escudan en la masa para no tomar sus propias decisiones. El primer deber de todo gobernante es escuchar a los ciudadanos a quienes representa, aprehender sus propuestas y tratar de llevarlas a cabo si son de utilidad para el conjunto de la sociedad. Pero el segundo deber es tomar decisiones, escuchando a los departamentos técnicos y especialistas en cada materia, a sabiendas de que esas decisiones no siempre contentarán a todos y a veces recibirán críticas. En política hay que mojarse.

Pero a la izquierda radical las críticas y tomar decisiones cada vez le gusta menos. Sólo así se entiende eso que han llamado en Madrid la “nueva Democracia participativa” (debe ser que nunca hubo Democracia ni fue participativa) por la que los madrileños podrán decidir qué proyecto será el ganador para remodelar la Plaza de España o si gusta más o menos el peatonalizar la Gran Vía, como si los tres millones de madrileños fueran arquitectos o paisajistas urbanos. O se pregunta en las urnas sobre asuntos utópicos que el propio Ayuntamiento reconoce que son irrealizables por “carecer de competencias”, pero que resultan muy molones y sectarios, del tipo «eliminar la asignatura de Religión de las clases». En el fondo, a Carmena y los suyos lo único que les importa es que una decisión errónea quede excusada en que fue “lo que decidió la gente”.

Dijo el cineasta francés Claude Chabrol que “la tontería es infinitamente más fascinante que la inteligencia. Porque la inteligencia tiene límites y la tontería no”. Y el problema es que a diario hay quienes se encargan de demostrarnos que es verdad.

Borja Gutiérrez

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