Parece que hay gente que espera a que te despiertes para comprobar si estas en línea. Entonces comienza el bombardeo por el Whatsapp. De repente, mi teléfono se llena de fotos, videos y mensajes.
Suelen ser fotos o videos guarros, pornográficos o de tías buenísimas enseñando el culo lo cual demuestra lo mal follados que están algunos. Luego están los de escenas fuertes, por los que algunos sienten predilección: una decapitación, asesinatos, cruce de disparos…Estos son los perores porque empiezas a dudar de la salud mental de la peña que contempla estas barbaridades de humanos matando humanos.
Luego están los de denuncia social y política: estos fulanos son buscados por la policía por pederastas, las calles de Madrid están así de sucias, la última chorrada del político de turno y gilipolleces varias.
También abundan las de filosofía barata. No ha existido en la historia de la humanidad más filósofos que en la actualidad. Mensajes del estilo: “quien no ha conocido la felicidad debe buscarla en sí mismo” ¡Madre mía! Menuda estupidez.
Y suma y sigue.
Pero lo que más odio me produce-y odio bastantes cosas-, son los grupos. Lo que comenzó como una útil herramienta de trabajo o para estar en contacto con antiguos amigos del colegio se ha vuelto de una cotidianeidad insoportable “¿Has cagado hoy?” “Chavales estoy de vacaciones con la parienta en el caribe ¡Jodeos!”.
¿Y qué decir de las nuevas generaciones?
He sido testigo de cómo una parejita de novios que se encontraba de copas en un garito se hablaba por la aplicación, cuando ella se iba al servicio a miccionar, diciéndole al chaval que le quería con locura mientras estaba sentada en el inodoro.
Pero lo peor de todo, lo que más asco me provoca es el enfado de la gente cuando no contestas a sus mensajes: “Veo que pasas de mi”, “¿Te pasa algo conmigo?”
El asunto es que la invasión de la intimidad que supone las nuevas tecnologías, está causando estragos en el cerebro de la gente. Si observas como algún hijo de puta está dando un tirón de bolso a una abuela, no acudes a socorrerla, lo grabas con tu móvil y se lo mandas a tus colegas: “Ahora mismo en la calle tal…”
Desde estas humildes letras exijo y solicito humildemente que volvamos a hablar mirándonos a los ojos. Que volvamos a sentir el calor de una conversación delante del olor tibio de un café. Que volvamos a visitar el domingo-como se decía antes-, a la tía Enriqueta para ver como esta de la operación de vesícula.
En suma, que volvamos a ser humanos utilizando la palabra, la máxima expresión del pensamiento.
Si os gusta mi artículo os lo mando por Whatsapp.
José Romero