Tras mi segundo viaje a Senegal, para visitar a una hija que trabaja en Dakar, vuelvo a encontrar ese país abierto, que trabaja y donde las cosas mejoran poco a poco. Unas pequeñas notas pueden servir para situarlo:
Primero, es un país donde las religiones son eso, creencias no políticas, no invasoras, ni proselitistas ni agresivas. Los musulmanes, más del 90%, y los cristianos, conviven perfectamente. Políticamente es un país que tiene una cierta democracia formal sin los avatares de sus vecinos. Y además ha superado hace unos años el conflicto de la Casamance, aquella vieja región con nombre portugués, Casa Mansa.
Segundo, muchos senegaleses se ocupan de mejorar su país, la educación, la agricultura, el medio ambiente. Existe un concepto de patria positivo y no nacionalista ni excluyente. La sociedad funciona mejor que en muchos países de su entorno, y se nota.
Tercero, al no haber sufrido el auge de las materias primas, pues casi no había -salvo el cacahuete- se ha librado bastante de la cleptocracia que ha proliferado en otros países, como Angola o Nigeria, por ejemplo. Ahora, el descubrimiento de grandes reservas de gas en el norte, en el mar, junto a Mauritania, se teme que pueda contribuir a reforzar las élites del poder y no vaya en beneficio del pueblo. Esperemos que la BP y la Kosmos Energy norteamericana, que se disponen a explotar los yacimientos, respeten la legalidad internacional y no entren en la dinámica de corromper a los poderosos. Mientras escribo, llega la noticia de que una de las primeras reglas que ha derogado el Congreso norteamericano ha sido la que controlaba y dificultaba que las empresas pudieran sobornar a los gobiernos extranjeros para conseguir contratos.
Cuarto, la educación es considerada una prioridad nacional. A la independencia, en 1960, con el sensible y gran poeta Léopold Sedar Senghor como primer presidente, se hizo un gran esfuerzo por la educación pues estaba alfabetizada sólo una minoría, y en francés, no en wolof o en serer.
Hoy, la mitad de la población (unos 12 millones, en 1960 eran 3 millones) tiene menos de dieciséis años, lo que es el tremendo reto de Africa en general. Todavía hay en Senegal un 50 % de adultos analfabetos, y un 20% entre los jóvenes hasta los 16 años, según la Unicef. Pero varias organizaciones de voluntarios, junto con el Ministerio de Educación, luchan por erradicar esa lacra, y tanto para niñas como para niños pues el índice de paridad en la escolarización es casi 1. El francés se sigue estudiando como la lengua vehicular del país. Da gusto ver tantas pequeñas escuelas por pueblos y barrios, en esas calles de arena, con niños y niñas jugando bajo la mirada atenta de las maestras y maestros. Un pequeño ejemplo del interés por mejorar la educación es la modesta organización ImaginationAfrika, con apenas 120.000 dólares, que es modélica (imaginationafrika.org) y desarrolla proyectos de innovación educativa que alcanzan a casi siete mil niños.
Por otro lado, la sociedad civil es también activa, como las asociaciones de padres y de profesores que tratan de evitar que haya niños en la calle, los talibes (discípulo en árabe) que dependen de un maestro, marabut, que a menudo los manda a mendigar en su provecho o los maltrata.
Hay en Senegal, además del sano orgullo de la negritud que pregonase Senghor, una impronta administrativa francesa notable, que se demuestra en la eficiencia de sus fuerzas armadas, en las obras públicas, en la administración. El baobab, ese árbol monumental, singular, resistente, sufrido y sólido, representa muy bien el espíritu senegalés.
Es un país al que creo que España debería prestar más atención y no sólo aplicar una política cero de visados.
Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye