Acaba de presentarse en el Instituto Cervantes de Lisboa un nuevo libro sobre el general Humberto Delgado, vilmente asesinado en la raya de Portugal, muy cerca de Olivenza, por agentes de la PIDE, la siniestra policía política de Oliveira Salazar, hace ahora cincuenta y dos años.
Es muy conocida la figura de Humberto Delgado, el general sin miedo. Fue el principal opositor al salazarismo, llegando incluso a presentarse a las elecciones a Presidente de la República en 1958, para poner en evidencia el pretendido sistema democrático en el que, según el dictador, vivían en paz y armonía los portugueses de la metrópoli y de las provincias de ultramar. Al poco de aquella pantomima electoral, Humberto Delgado se vio forzado a exiliarse, primero en Brasil y luego en Argelia, hasta caer, unos años después, en la trampa urdida por la PIDE en Badajoz, que a al postre le costaría la vida junto a su fiel secretaria, en la que se le hizo ver que supondría el inicio de una sublevación generalizada contra la dictadura portuguesa.
El libro se titula El Portugal salazarista frente a la democracia. Recopila, en una serie de colaboraciones de muy diversos autores, unos textos esclarecedores sobre los antecedentes y las repercusiones internacionales de aquel asesinato urdido a espaldas de la policía franquista y que produjo, ni más ni menos, que la ruptura, si no formal sí de facto, entre las dos dictaduras ibéricas.
Los autores han puesto de relieve, entre otros muchos aspectos hasta ahora poco conocidos, las ramificaciones proto-fascistas de la conspiración contra Humberto Delgado. Según se demuestra ahora, no sólo fueron las instrucciones más o menos veladas del doctor Oliveira Salazar las que condenaron a muerte a su principal opositor, sino también los intereses oscuros de ciertas poderosas organizaciones en otros países europeos, entre los que juegan un papel fundamental los militares franceses de la OAS y los italianos cercanos a estructuras mafiosas y secretas del tipo de Gladio.
En la presentación del libro destacó sin duda una intervención, la de Francisco Delgado, nieto del general sin miedo, quien, entre otras muchas hermosas palabras destacó que ese asesinato fue, sin ningún género de dudas, un crimen de Estado, ordenado desde las más altas instancias del poder en Portugal. También recordó que el monumento erigido en el lugar del crimen tal vez sea el único ejemplo de un monumento levantado al unísono por los dos países ibéricos, quién sabe si quizás también semilla que algún día germine y permita transformar Olivenza, ese último escollo que divide a España y Portugal, en un ejemplo de auténtica colaboración fructífera entre los dos países.
Ignacio Vázquez Moliní