La Unión Europea pasa por una crisis importante, aunque del caos puede nacer la luz. Los problemas que la zarandean, Brexit, crisis económica, populismos extremistas y antieuropeos, entre otros, son una oportunidad para reafirmar la única respuesta inteligente: integrarse más. De lo contrario, quedaremos a merced de los EEUU, de Rusia o de China. Hay que profundizar en la construcción europea sin ignorar la realidad de la relación transatlántica y la necesidad de buenas relaciones con Rusia y China que, a su vez, debieran contribuir responsablemente a la estabilidad mundial. Sin embargo, las agresiones rusas a Ucrania y la postura de Beijing en el Mar de China meridional son, cuanto menos, inquietantes.
Hay dos vías para avanzar. Ir hacia una gobernanza económica europea es una y construir una defensa europea es otra. Una defensa europea que debiera poder disuadir agresiones y repelerlas. Ambas vías están estrechamente ligadas. Es difícil concebir una defensa europea sin más integración, sin más Europa.
La gobernanza económica es prioritaria y, asimismo, esencial para justificar una defensa europea y los esfuerzos que ello implica, tanto económicos como el de la puesta en común de un elemento esencial de la soberanía nacional de cada país. Una defensa europea implicará unos gastos comunes que difícilmente podrán determinarse y costearse sin la gobernanza económica. Mantequilla y cañones están relacionados.
No hay incompatibilidad entre una defensa europea y la Alianza Atlántica que se mantiene. Trump afirma, ahora, que la apoya, algo ratificado tanto por el Vicepresidente Pence, en la tradicional e importante conferencia sobre seguridad de Munich, como por el Secretario de Defensa, Mattis, en la propia sede de la OTAN, en Bruselas. Por la boca suele morir Trump, aunque siempre estamos a la merced de cualquier tweet suyo irresponsable. Washington, sin embargo, recuerda una vieja reclamación: que los europeos paguen más por su defensa.
Cuando cayó el Muro de Berlín en 1989, americanos y europeos sufragaban aproximadamente al 50% la defensa de Europa. Hoy en día la relación sería de un 75% por parte estadounidense y de un 25% por parte europea. De ahí la presión para que los europeos inviertan en defensa al menos un 2% de su PIB, compromiso adquirido, en todo caso, por todos los aliados en la Cumbre de Gales de 2014. No obstante, hay que valorar otras cosas que también contribuyen a la seguridad como la participación en operaciones de mantenimiento de paz o la cooperación al desarrollo, entre otros. Un debate complicado.
España gasta un 0,9% del PIB en defensa. Francia y Alemania no llegan al 2% pero invierten más que España. Solo cuatro países de la UE desembolsan más del 2%: Polonia, Estonia (ambos con el aliento ruso en la nuca), Grecia (cuyo “verdadero” enemigo sería Turquía, que gasta más) y el Reino Unido, despidiéndose.
La Alianza y una defensa europea no solo son compatibles, sino que son asimismo complementarias. Hoy en día cualquier aliado puede emplear sus fuerzas individualmente a la vez que asigna fuerzas suyas a la OTAN. Una defensa europea implicaría que la UE podría actuar por su cuenta y, también, una asignación de fuerzas europeas, como tales, a la OTAN. Haría falta, además, una sola voz europea en materia de defensa y, consecuentemente, en el Consejo Atlántico para lo que existen diferentes posibilidades.
Conviene tener en cuenta, también, una peculiaridad en lo que respecta a la defensa europea. En las demás materias, las políticas de la UE son comunes o son nacionales. En el caso de la defensa, la Alianza Atlántica constituye una alternativa colectiva. Es “competencia”. Si no hay una defensa europea hay otra defensa colectiva, la aliada. Sin embargo, los ámbitos, objetivos y miembros de ambas organizaciones no son totalmente coincidentes. Hay espacio para construir esa defensa europea.
Asimismo, hay que tener en cuenta que una defensa europea requerirá abordar la cuestión de la disuasión nuclear. Tras el Brexit, solo quedará en la UE un país con capacidad nuclear y miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU: Francia.
La Alianza Atlántica es un elemento esencial y estratégico de la relación transatlántica que tiene otros elementos (mismos valores, entre otras cosas) como subrayó recientemente Merkel. La ministra de Defensa germana, von der Leyen, añade que los EEUU no pueden pretender una postura “equidistante” entre la UE y Rusia. Otro elemento importante de la relación transatlántica sería el TTIP, pero eso ya es otra cuestión.
Si la UE fuese capaz de tener una gobernanza económica y una defensa europea, se equilibraría la relación transatlántica. Habría un solo teléfono al que llamar a Europa como reclamaba, sin éxito, Kissinger “illo tempore”. De lo contrario, apaguemos esta luz, quizás deslumbrante, y mantengamos la vela a Santa OTAN, protectora, hasta ahora, de los desvalidos y divididos europeos.
Carlos Miranda es Embajador de España
Carlos Miranda