Revela la etimología que Simposio es la conjunción de las palabras griegas que significan beber y juntos. Dos términos muy apetitosos que Platón funde en uno en el título de uno de sus Diálogos ampliando la hendidura del concepto: un simposio es definitivamente un lugar donde se convive, se dialoga, se aprende, y desde luego se bebe.
Con tan platónicas intenciones nos congregamos hace escasas fechas, a impulso de nuestro capocannoniere Joaquín Vidal, los columnistas habituales de Estrella Digital. La mayoría no nos conocíamos, pero después de una tímida presentación y de un primer vino en comandita fue inmediato encontrar un estrépito de temas que merecen la pena.
Impermeable a la estridencia de los lugares comunes y de los últimos gritos, la conversación fue abriéndose paso entre calambres de ingenio. A mesa puesta se escuchó hablar de las virtudes literarias de Antonio Tabucchi, de la saga de Eça de Queiroz, del Desastre de Annual en los escritos de Sénder y de Barea, de los anhelos futuristas de Giménez Caballero, de la tumba sin nombre ni apellidos de Joseph Roth, de las vicisitudes de “El Campesino”, de las pesadumbres de la Europa burócrata, de la calle Gambetta entre otros encantos de St. Jean de Luz.
Y se habló de cine, naturalmente, apenas un par de noches antes de la ceremonia de los Óscar. Quién iba a pensar en el bochorno que supondría la confusión en la tarjeta de la película vencedora: una emboscada “post mortem” para Bonnye and Clyde, un gol en minuto 93 con cabezazo esta vez de Umtiti.
Y cierta injusticia dentro del desorden porque “Moonlight” está muy lejos de las virtudes de “La la land”. Crítica y público se hubieran sentido muy satisfechas de que el largometraje de Damien Chazelle hubiera resultado ganador. Por su estética alegre, por su efusivo homenaje al cine clásico, por su capacidad de narrar un conflicto tan actual como el que enfrenta el éxito profesional con una vida familiar ordenada. Quien define “La la land” como un musical empobrece su conjunto, más allá de que sus canciones vertebren la narración y subrayen sus momentos más emotivos.
Tampoco resulta del todo cierto decir que “Moonlight” es una película sobre la homosexualidad, por cierto cuidadosamente tratada. El tema principal es más bien el desamparo, la falta de amor y de oportunidades, en un estrato tan marginal como los barrios bajos de Miami. “Moonlight” es una película valiente, inquisidora, pero no resulta tan redonda como su rival.
A nuestro criterio tampoco es capaz de sostener el pulso dramático de otras de las destacadas, “Manchester frente al mar”, cuyo guion se antoja más rico y más complejo. La culpa, la tragedia, la irresponsabilidad, estremecen en la obra que poderosamente protagoniza Casey Affleck. Obra pese a todo contenida y que opta por una concepción del tiempo en el que se entreveran pasado y presente hasta llegar al acto que desata la tragedia, frente a la narración en tres edades que nos ofrece “Moonlight”.
Y alrededor de estas tres películas grandes y recompensadas con algunos de los premios principales, permanecen aquéllas que quedaron a medio camino. Como “La llegada”, consecuente con la hornada de buenas películas de ciencia ficción que han ido encadenando “Gravity”, “Interstellar”, “The Martian”. La poesía –o la palabra- es un arma cargada de futuro en una historia que nos hace tener confianza en la secuela de “Blade Runner” que también dirigirá Denis Villeneuve. Pocos retos cinematográficos tan severos como el que le aguarda, nada menos que contentar a la legión de mitómanos de la obra de Ridley Scott.
Y como no citar “Comanchería”, un largometraje verdaderamente destinado a alcanzar metas mayores. Con su doble pareja de malos-buenos y buenos-malos, con su vuelta de tuerca a los excesos de las oligarquías, con su mirada de polvo y cactus a la crisis que nos abruma. “Comanchería” nos recuerda a los mejores destellos de los Hermanos Coen: diálogos imposibles, dosis de humor y de violencia, y hasta un Jeff Bridges imperial que nos duele no haya sido reconocido como “mejor actor de reparto”.
Obras de calidad, sea como sea, frente a la medianía de las recientes temporadas. “Spotlight”, “Birdman”, o “Doce años de esclavitud”, vencedoras en las ediciones precedentes, contienen elementos sugestivos pero son obras poco más que interesantes. Puede decirse que el verdadero aporte de maestría en los últimos años ha venido de la mano de las películas de habla no inglesa: “Amor”, “La gran belleza”, “Ida”, y “El hijo de Saúl”, son arte y son parte de la historia universal del cine.
Mucho que comentar, ojalá que en un próximo Simposio en el que fluyan el vino y la conversación. Allí nos encontraremos, mis queridos autores.
Fernando M. Vara de Rey