lunes, noviembre 25, 2024
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Casa Árabe, diez años

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En tiempos de trincheras identitarias -izquierda auténtica, mujeres discriminadas, hombre blanco del medio oeste, soberbios corruptos pop, víctimas de cualquier terror, todos agraviados, todos ofendidos-, Casa Árabe ha sobrevivido diez años, edad que la mayoría de los linces no logra cumplir, normalmente atropellados antes por algún conductor con su identidad muy clara.

Una década ya de actividad desde sus sedes en Madrid (Escuelas Aguirre, edifico neomudéjar a la puerta del Retiro) y Córdoba. Se trata de un consorcio público pilotado por la Administración central (MAEC y AECID) con participación también de la Comunidad de Madrid y los ayuntamientos de Madrid y Córdoba.

«Donde se encuentran España y el mundo árabe», dicen de sí mismos, «un espacio de conocimiento mutuo y de reflexión compartida«.

Ofrece clases de árabe moderno y dialectal, tiene una estupenda librería, restaurante, exposiciones, proyecta películas, celebra encuentros y conferencias, edita publicaciones (revista Awraq, casi anual; los primeros años se elaboraba un boletín de actualidad social, política y económica que la crisis fulminó); hasta organiza actividades infantiles.

El centro abre sus puertas en 2006, en tiempos de ZP de presidente y Moratinos de ministro de Exteriores, autores también con el mismo espíritu de aquella Alianza de Civilizaciones que tanto chiste provocó y tanta gracia hacía entre civiles y militares políticamente ultraconservadores. Ante la sorpresa de muchos, la Alianza se convirtió desde 2009 en una iniciativa de Naciones Unidas y viene recibiendo la atención imprescindible por parte del actual Gobierno del Partido Popular, que la ha utilizado sin complejos en su campaña para conseguir el asiento en el consejo de seguridad de la ONU (2015/2016) y mantiene su actividad sin crítica aparente; ni risas.

Casa Árabe ha tenido tres directores de perfil muy diferenteGema Martín Muñoz (hasta 2012), arabista; Eduardo López Busquets (hasta 2015), diplomático, nombrado embajador de España en Irán; y el actual, Pedro Antonio Villena Pérez, también diplomático y que dejó su puesto en Teherán a su antecesor-sucesor.  Dos enfoques distintos, uno más sociopolítico y especializado, otro que pone más el acento en la diplomacia económica tan del gusto del actual Gobierno, y los dos deberían sumar.

Sin establecer comparaciones, Casa Árabe sería la versión española de iniciativas como el Institut du Monde Arabe de París o The Arab British Center de Londres, el primero con todo el poderío público francés y el segundo con todo el poderío privado británico.

En la misma época que Casa Árabe fueron creadas Casa África, con sede en Las Palmas de Gran Canaria; y Centro Sefarad-Israel, en la calle Mayor de Madrid.

La Red de Casas se inició en los comienzos de los 90 con Casa América (en el palacio de Linares en Madrid, Cibeles, cumple ahora 25 años), continuó con Casa Asia (Barcelona, 2001) y se ha culminado en 2013 con Casa Mediterráneo (Alicante).

Exteriores cuando se pone campanudo habla de «situar al ciudadano en el centro de la política exterior», de «una potente red de diplomacia pública del Gobierno de España orientada a la cooperación política y económica, al diálogo intercultural, al mutuo conocimiento y al fortalecimiento de los lazos entre sociedades civiles en los distintos ámbitos geográficos en los que actúan».

Se pretende establecer una red que favorece conexiones pero de modo distinto, complementario, a la tradicional diplomacia entre responsables estatales, creando una malla de relaciones y de intereses cruzados.

En realidad, la Red de Casas es un híbrido de diplomacias que combina actividades de carácter cultural, científico y económico, con un claro objetivo de llegar a la sociedad civil y sensibilizarla con marcos internacionales en los que el país tiene interés en estrechar lazos.

En época de crisis de mediadores (política, periodismo), de repliegue nacional y construcción de muros, la red ha sobrevivido hasta a los recortes de personal y presupuesto con la excusa de la crisis.

Este tipo de centros se podría decir que pertenecen a la categoría de gasto público que rinde más que el modesto presupuesto que consumen; como las latas de magro, siempre dan más satisfacciones que el precio que cuestan.

Su gran reto no parece otro distinto que sacar Latinoamérica, el mundo árabe, africano, mediterráneo, judío, asiático, de la torre de marfil del mundo académico, de la oscuridad donde se mueven los intereses económicos, de la cordialidad de las nóminas diplomáticas.

Larga vida a los linces y a los gatos en general.

Carlos Penedo

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