domingo, noviembre 24, 2024
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Libertad de expresión y homofobia

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Decía don Miguel de Cervantes, siempre sabio: “Me moriré de viejo y no acabaré de comprender al animal bípedo que llaman hombre, cada individuo es una variedad de su especie”.

Hoy, 15 de marzo, se conmemora el “Día de la Visibilidad Transexual en España” y el próximo 31, el “Día Internacional de la Visibilidad Trans”. Algunas personas pensarán que la campaña de los autobuses desplegada por cierta organización ultracatólica, menospreciando a los transexuales, se ha hecho en el mes de marzo por pura casualidad, pero yo creo que no ha sido así; es decir, pienso que la campaña y sus lemas “Los niños tienen pene/Las niñas tienen vulva”, llevada a cabo precisamente ahora, tiene que ver con un intento de silenciar la diversidad sexual y afectiva de la humanidad, en un mes, digamos, especialmente importante para la visibilidad y la lucha por la despatologización del hecho transexual.

Los impulsores de la campaña se afanan en acudir a elementos biológicos y físicos para avalar sus aseveraciones, orillando el valor de la psicología, de la mente o del espíritu. A mí, particularmente, me resulta chocante ver a la derecha ultracatólica apelar al “cuerpo” como argumento de autoridad en perjuicio del “alma”. Nacer con pene, pero sentirse mujer, no tiene importancia para ellos. Lo relevante es lo físico. Así las cosas, analicemos la situación desde este nuevo punto de vista “materialista” del ultracatolicismo español, o sea, desde la premisa de que lo que manda no es lo mental sino lo corpóreo, lo supuestamente natural. Llegados a este punto, conviene sacar a colación la existencia en la naturaleza humana de la realidad denominada “intersexualidad”.

Pero ¿qué es la intersexualidad? Según la Organización Intersexual Internacional, se trata de una diferencia congénita en las características sexuales físicas de algunas personas. O, dicho de otro modo, la naturaleza crea seres humanos con diferencias físicas en los cromosomas, o de tipo hormonal, pero también en la expresión genética o en las partes reproductivas, como los testículos, el pene, la vulva, el clítoris o los ovarios. La medicina y la ciencia han detectado más de 40 supuestos distintos de intersexualidad en la especie humana. Es decir, que se puede nacer mujer (desde el punto de vista de que sus cromosomas son XX) y con testículos o atributos viriles. En estos casos, el hecho físico-natural produce “mujeres con pene y hombres con vulva”.

Ciertamente, la enorme variedad natural de “situaciones del cuerpo” implica que una persona pueda nacer –y nazca- con una anatomía reproductiva o sexual que no encaje con las definiciones binarias típicas de lo masculino y lo femenino. También hay lo que se llama “composición genética mosaico”, en la que las células de la persona tienen a su vez cromosomas XX (hombre) y cromosomas XY (mujer).

Es decir, que el lema utilizado por los ultraconservadores es falso y contrario a la propia naturaleza humana, no solo por la existencia de la transexualidad, sino por la evidencia, además, de la intersexualidad, que jamás hay que confundir con el hermafroditismo, hecho que solo se produce fuera de la especie humana, en el reino vegetal y en algunos animales, pero que se ha venido confundiendo con la diversidad de identidad de género y, más concretamente, con algunas formas de intersexualidad.

Sentado lo anterior, volvamos a la realidad transexual, donde –sin duda- predomina lo mental y lo psicológico frente a lo meramente genital o físico, y abordemos nuevamente el hecho de que los transfóbicos se agarren a que la Organización Mundial de la Salud (OMS) definió la transexualidad como “disforia de género” y, en consecuencia, la consideró una patología, para así degradarla.

En todo caso, quiero subrayar que el Manual Diagnóstico de Enfermedades de la Asociación Americana de Psiquiatría (DSM-V), publicado en 2013, ha dejado de considerar la transexualidad como una patología y o como un trastorno mental, destacando que lo que ocurre es que las personas con esta realidad sufren malestar, estrés o desadaptación, precisamente por sentir un género que no se corresponde con el de su cuerpo. Estoy convencido, en consecuencia, de que la OMS cambiará de criterio y despatologizará la transexualidad, como ya hizo con la homosexualidad. A este respecto, no resulta ocioso recordar que fue en 1990 (ayer) cuando la homosexualidad dejó de ser definida por este organismo mundial como una enfermedad psiquiátrica que requería tratamiento.

Resulta sorprendente y ciertamente significativa la falacia conceptual y argumentativa de los colectivos transfóbicos, pues se amparan en la clasificación de la OMS respecto de la transexualidad como una patología, para demonizarla, pero hacen oídos sordos a la propia OMS respecto de la homosexualidad, insistiendo en tratarla como una enfermedad y cometiendo con ello, a mi modo de ver, un enorme crimen contra la naturaleza y la diversidad humana. Así las cosas, me pregunto ¿qué harían los homófobos si se diera tratamiento médico y psicológico a los heterosexuales para que dejaran de serlo?

Deseo recordar que la libertad de expresión es, sin duda, uno de los pilares básicos de la democracia representativa, tal y como se recoge en nuestra Constitución. Sin embrago, el sano ejercicio de este derecho fundamental no convierte la mentira en verdad ni la inmoralidad argumentativa en razón ética. Cuando oigo hablar a los ultraconservadores del interés superior de los menores, no puedo dejar de pensar en los niños y las niñas transexuales e intersexuales (además de homosexuales y bisexuales) que, aunque les pese, nacerán de ellos mismos.

Estoy seguro de que Dios, todopoderoso y benevolente, perdonará sus pecados y sus faltas, lo que no sé es si lo harán sus propios hijos e hijas cuando sean mayores, si nacen diversos y son silenciados y torturados.

Vayan mis penúltimas palabras para los millones de católicos moderados y sensatos, a los que quiero salvar de mis críticas. El Cardenal Osoro ha sabido desmarcarse de un debate falsario y lleno de desprecio hacia las personas y hacia la ciencia. Y es que la Iglesia Católica es muy diversa, como la realidad humana y, felizmente, con el Papa Francisco se ha inaugurado un pontificado que se centra en el amor al prójimo y en la comprensión y el respeto hacia el diferente. No en el odio y en la sinrazón del desprecio a la condición humana.

Termino mi crónica haciendo mías las palabras del inmenso poeta Miguel Hernández, en el 75º aniversario de su muerte: “Tristes guerras si no es amor la empresa. Tristes. Tristes. Tristes armas si no son las palabras. Tristes. Tristes. Tristes hombres si no mueren de amores. Tristes. Tristes.”

Ignacio Perelló

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