La formación política liderada por Pablo Iglesias ha puesto en circulación un nuevo concepto político: la trama.
Escuchando a Irene Montero, la recientemente nombrada portavoz parlamentaria, en una entrevista radiofónica de quince minutos lo menciona media docena de veces, lo que indica la unidad de acción y concentración del tiro que caracteriza a Podemos en comunicación.
La trama vendría a sustituir a la casta que tanto circuló y que ha perdido gas a causa del éxito electoral de la formación y su entrada en los parlamentos nacional y autonómicos y en el Gobierno de los principales ayuntamientos del país, ya han pasado a formar parte de esa supuesta minoría política privilegiada que actúa al margen de los intereses del ciudadano.
Por tanto, toca introducir un nuevo marco conceptual, siguiendo a Lakoff y su elefante.
La novedad del concepto es relativa aunque su contenido sea acertado. El sociólogo albaceteño Manuel Castells ya dedicó 560 páginas hace una década para este tema en compañía de otros ('La sociedad red').
La difusión del término ha coincidido con la votación en el Congreso para endurecer o no las incompatibilidades de los señores diputados, la autorización para que se dediquen a lo que han sido elegidos. Sorprendentemente el PSOE se ha quedado solo defendiéndolo, con Podemos y PP a favor de dobles sueldos o actividades.
Lo de la trama tendrá varios padres, aunque es un hecho que el responsable del discurso de Podemos, Jorge Moruno, cercano a Íñigo Errejón, ha sido prejubilado mientras resurge Manuel Monereo, cercano a Iglesias, procedente de IU y el PCE.
Monereo ya firmaba en noviembre de 2015 un artículo sobre la trama de marras: «La clave siempre de un discurso político es la definición clara y precisa del enemigo. No hay política sin enemigo», escribía. Los enemigos están identificados, son las clases dominantes, los que explotan al resto, ahora bien, esto hay que conseguir trasladarlo a «las clases subalternas».
Así trasladaba Monereo el mensaje: «Sería bueno, no será fácil, popularizar el término trama, la trama. Con esto (en Bolivia se habló antes de 1952 de la rosca) se quiere señalar que existe un mecanismo único que organiza una matriz de poder (para hablar con rigor) entre el capitalismo monopolista-financiero, los poderes mediáticos y una clase bipartidista corrupta y dependiente del capital»; un poco oscuro el asunto, difícil de entender para alguien perteneciente a la clase subalterna e incluso para la casta periodística.
Algo más claro: «El Estado español ha sido forjado por una oligarquía política, económica y social especialmente cerrada, marginando a la inmensa mayoría de la población y aplastando invariablemente cualquier expresión política orientada a la consecución de los derechos democráticos y nacionales».
Ya está explicado, definición del enemigo y todo sintetizado en la trama.
Un problema que surge es que el término tiene hasta un triple significado. Por una parte, trama es la red de oligarcas entrelazados y las puertas giratorias, que se manifiesta por ejemplo con De Guindos pasando de responsable nacional de Lehman Brothers a ministro de Economía y en el futuro a Europa o la empresa privada; Agustín Conde de diputado a consejero de Red Eléctrica (cien mil euros en siete meses) y ahora de secretario de Estado de Defensa; De Arístegui de portavoz de Exteriores del PP, con sobresueldo de empresas, sospechas de soborno a empleados públicos, negocios norteafricanos, a embajador luego en la India.
La trama existe, lo que no implica que sean 12 personas que se reúnen en un zulo en la Casa de Campo con entrada por un árbol hueco.
Pero el término tiene un segundo significado, una urdimbre de hilos cruzados, que en el caso de Podemos parece hoy menos densa que hace un par de meses.
Trama es también argumento, el enredo de una obra dramática o novelesca, y ahí no se encuentra gran cosa, el contenido político en forma de propuestas que Podemos plantea para desmantelarla.
Existen las redes de poder y siempre es sano denunciar conexiones delictivas; hasta señalarlas con el dedo.
Lo más complicado en el discurso político es su equilibrio con el contenido, a menudo parece que van cada uno por su cuenta, comunicación sin contenidos y contenidos sin comunicación. Lo difícil es ponerlos de acuerdo.
«Amar la trama más que el desenlace», cantaba Jorge Drexler.
Carlos Penedo