lunes, noviembre 25, 2024
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Bizancio, Viena y los populismos

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En los Países Bajos el populismo xenófobo de Geert Wilders fue electoralmente contenido, pero sigue amenazando. Wilders no obtuvo 25 escaños ni quedó primero, como vaticinaban los sondeos, pero ganó cinco más de los que ya tenía. Con 20 escaños fue segundo tras el Partido Liberal (conservador) del Primer Ministro Mark Rutte, que consiguió 33 (perdió 8) en un parlamento de 150 escaños. Los socialdemócratas que gobernaban en coalición con los Liberales pasaron de 37 a 9 escaños. ¿Por gobernar con la derecha?

Constantinopla fue conquistada por los turcos en 1453 tras 7 asedios en 63 años. Viena sufrió en 1529 y 1683 un par de sitios otomanos, pero resistió. El peligro para Europa no son ya los turcos, con quienes compartimos ahora importantes intereses, aunque no forzosamente idénticos valores, sino los populismos extremistas de derecha y de izquierda. ¿Resistirán nuestras democracias?

Aprovechando el vaso comunicante de la globalización, las grandes empresas han encontrado tres fórmulas principales para rebajar costes. La primera, mediante la deslocalización de sus fábricas a países con mano de obra barata dejando detrás suyo estelas de desempleo. La segunda, ofreciendo sueldos más bajos y empleos precarios so pena de deslocalización. La tercera, mediante la robotización.

Quienes aúpan a Donald Trump, Geert Wilders, Marine Le Pen o Pablo Iglesias son los desfavorecidos de los países ricos, perdedores de esta globalización que económicamente auspicia una homogenización planetaria con la que otros suben económicamente y ellos bajan. Culpan a sus élites y a las caras políticas que conocen. En su agobio apuestan por cualquiera que prometa el oro y el moro sin perjuicio de que sea rico o pobre, de derechas o de izquierdas, de arriba o de abajo, con tal que sea nuevo.

Los populismos no distinguen entre Trump, Le Pen, Wilders o Iglesias. Apoyan tesis económicas descabelladas, pueden ser xenófobos o quieren dar marcha atrás a la globalización, renegando de cualquier internacionalización, sea ésta política, económica, de seguridad o de defensa, con la equivocada creencia que barreras de todo tipo les favorecerán. La experiencia ya lo ha rebatido. Pero hay que recordarlo.

Se puede considerar asimismo esta problemática desde la perspectiva de las clases medias, entendidas estas, según el Banco Mundial, como aquellas que disponen de ingresos entre 11 y 110 dólares diarios. Se observa, entonces, que las clases medias se incrementan anualmente en los países desarrollados un 0,5% y un 6% en China o en la India como lo explica muy bien Moisés Naim, uno de los líderes del pensamiento global, en un reciente artículo suyo (“¿A qué clase media pertenece usted?”).

Naim añade que, a modo de lucha de clases, esta problemática aporta inestabilidades políticas internas e internacionales. En los países desarrollados las clases medias desfavorecidas no quieren perder lo que tienen y en los emergentes no quieren renunciar a sus esperanzas. Quizás se pueda añadir que, asimismo, aceptarán cada vez menos estar alejados de la toma de las decisiones políticas.

Es evidente que hay que corregir los desequilibrios de la globalización a la vez que hay que reconocer que esta es necesaria. Los muros mentales y materiales pueden, quizás, controlar situaciones particulares, pero no son la solución y solo desestabilizarán los equilibrios internacionales y nacionales.

A medida que la globalización nivele mejor las economías desarrolladas y las emergentes, las deslocalizaciones se reducirán. Hay incluso señales de retornos. Por otra parte, las políticas de austeridad deberían ceder ante unas de expansión sin perder el norte de las cuentas bien hechas. Las Instituciones democráticas deben vigilar estrechamente a los populistas y el internacionalismo debe prevalecer. Naciones Unidas, otros instrumentos de entendimiento y gobernanza internacional, la Unión Europea o la Alianza Atlántica deben importar a una Europa que debiera integrarse más, incluso en defensa, en lugar de compartimentarse.

El campo de batalla populista se traslada a hora a Francia donde Martine Le Pen debe ser frenada, aunque, como Wilders, probablemente incrementará su capital político. En Alemania hay más tranquilidad ante los extremistas emergentes y si el SPD, con su nuevo líder Martin Schulz, gana las elecciones o supera su registro electoral anterior, ello afectaría al argumento de que gobernar con la derecha es un abrazo del oso para la socialdemocracia. Merkel no está, sin embargo, aún eliminada. Su partido acaba de dar un zarpazo regional en el Sarre.

Después, Paris y Berlín, preferiblemente con Roma y Madrid y otras capitales europeístas, deben instaurar decididamente políticas de profundización de la UE y apostar por su gobernanza económica, el mejor modo de conmemorar los sesenta y exitosos primeros años de la Unión Europea. Eso sí, sin Jeroen Dijsselbloem, Presidente austericida del Eurogrupo que debiera haber dimitido ya tras afirmar que los países del Sur de Europa se gastan el dinero en alcohol y mujeres. Siempre podrá, Dijsselbloem, emborracharse en un burdel de Ámsterdam.

Carlos Miranda es Embajador de España

Carlos Miranda

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