El futuro del Partido Socialista Obrero Español no pasa por designar sin más la Secretaría General y el nuevo aparato del partido, sino por configurar una alternativa real a la derecha que gobierna. Esto es, recuperar su carácter de partido mayoritario. ¿Será esto posible con los candidatos de la terna Sánchez, Díaz, López? Primero el poder interno, ¿y después?
Pedro Sánchez mide con exactitud lo que hace. Un personaje que ha revolucionado la zona de confort de un PSOE habituado a la norma de los barones. Un joven entregado a la venganza y al convencimiento de que algún día puede convertirse en presidente del Gobierno español. Le apetece a él y a su mujer. Vamos, como diría Pablo Iglesias, que el temita les pone. Nadie daba un duro por su campaña. Ahora ha cerrado el grifo del microcrédito por imposición de la gestora de Ferraz, pero recibe inyección económica de propios, muy cercanos, y extraños.
Y llegará a las primarias haciendo daño, mucho daño a Susana Díaz, la candidata del oficialismo, de Felipe y Zapatero. Pedro hace lobby populista con un mensaje básico, claro y llano, que inocula en vena a los militantes más de base; aquellos que siempre idealizaron al PSOE como el partido más democrático, más consultivo, más de tú a tú. Su argumento cala hasta el tuétano entre los socialistas jóvenes y revolucionarios. Aquellos que buscan una nueva versión del 15-M, pero en el escenario de la formación fundada en 1879 con ideales obreros, socialistas y marxistas. Sabe quién es su público, el indignado y desamparado, y le envía mensajes letales, directos, contundentes. En ocasiones románticos.
A Sánchez se le nota demasiado, porque ha mamado de las tetas podemitas el éxito populista e inmediato y la estrategia del gran mensaje clave: “sí se puede”. El candidato está convencido de que efectivamente puede romper los pilares de un PSOE acorralado por el desgaste y -como asegura él mismo- por “la alta dirigencia”. Su objetivo: fundar un nuevo partido de izquierdas que rompa con todo lo anterior. Pero su mensaje es débil y poco claro; su idea de España tiene grietas por todos lados. Con todo, los que le conocen aseguran que es un tipo machacón, de paso lento pero seguro. Sin prisa, pero sin pausa. Ahora, cierra filas entre los descontentos, entre los sindicalistas de la casa del pueblo, barbudos y liberados de carnet, que no pueden ver a la presidenta de la Junta de Andalucía.
Mientras, Susana Díaz ha comenzado a trotar antes de tiempo porque no le ha quedado más remedio. Lo que iba a ser un paseo de vino y rosas, se ha convertido en un vía crucis hasta mayo con oración y todo. La candidata del aparato, dicen, es una mujer realista, inteligente y con mucho sentido común, pero sin tanto marketing –aunque le hace/hará mucha falta-, con los apoyos decididos de ex ministros de relumbrón, la mayoría de presidentes autonómicos y decenas de alcaldes y presidentes de diputaciones. En su diccionario también hay populismo y frase hecha, pero su público es muy distinto, mucho más conservador y bipartidista, acostumbrado a la España de mayorías. Ella maneja a la perfección el fondo, pero, ¿realmente encarna la imagen de una sólida candidata a presidir el gobierno de este país? Ese es uno de sus mayores problemas, que gusta mucho en el sur, pero no tanto en el resto del territorio español.
Y de Patxi López nada que decir, porque ni está, ni se le espera.
Fernando Arnaiz