domingo, noviembre 24, 2024
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La educación como reto político

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El Pacto educativo es una de esas expresiones míticas que, de vez en cuando, aparecen en la política española. Como consigna nacida en un fuego de campamento, la repiten todos y todas los asistentes, eso si con contenidos y sentidos contradictorios.

Naturalmente, que no existan diecisiete sistemas educativos o que los derechos y oportunidades sean iguales en todas partes son argumentos evidentes, aunque también insuficientes. De hecho, tras esas afirmaciones aparentemente incontrovertibles y neutras hay muchas variantes ideológicas.

“Afirmaciones aparentemente incontrovertibles y neutras remiten a creencias ideologías y opiniones que, muchas veces, no tienen relación alguna con lo que pasa en nuestro modelo educativo».

El papel de la filosofía o la lengua, en la formación; la cooficialidad; reválidas o no; edad a la que elegir itinerarios; el acceso a la universidad; son cuestiones que remiten a creencias, ideologías y opiniones que, muchas veces, no tienen relación alguna con lo que pasa en nuestro modelo educativo.

Hay cuestiones de las que se han debatido abundantemente, por ejemplo sobre la tarea de los deberes, presentados como enemigos y devaluando una parte del valor del aprendizaje individual. Pero, por ejemplo, no hemos debatido sobre el sentido de las notas numéricas que todavía siguen calificando a quienes se educan.

No hablamos de los libros de texto, más herramienta de negocio editorial ya en investigación, que otra cosa, en una época en que la información se adquiere en línea.

La subcomisión creada en el Congreso está realizando un trabajo bastante exhaustivo y recibiendo a todo el mundo. Probablemente, está haciendo de necesidad virtud y alargando sus debates hasta que existan condiciones para un acuerdo político: congreso del PSOE, reducción del conflicto PP-Ciudadanos y rebaja de la tensión nacionalista en materia educativa, al menos con el PNV.

Las madres de hace unas décadas compartimos algo con las madres de ahora: seguimos siendo las madres las que, mayoritariamente, nos ocupamos de la educación de niños y niñas.

Pero hay algo que nos diferencia: el respeto a la escuela. Se ha extendido la desconfianza hacia una institución que no responde a las inquietudes de padres y madres en terrenos que van desde las competencias a adquirir a los comportamientos a impartir.

Tampoco el conflicto ideológico nos ayuda a resolver situaciones que se hacen evidentes: la brecha de género en los roles formativos que se atribuyen a chicos y chicas. Y, tan importante o más, seguimos teniendo un notable déficit de formación en ingeniería o en carreras tecnológicas.

Creo, sinceramente, que tenemos problemas más serios – sin despreciarlos-  que el idioma en el que se forma el alumnado, las reválidas o el papel de la religión. Hay problemas más serios que detectamos cuando nos aproximamos al mundo educativo.

Si algo propongo a los parlamentarios y las parlamentarias que se están ocupando del asunto es que no elaboren un pacto pensado para convenir radicalismos sino para acordar sentido común.

La izquierda tiene una importante responsabilidad en este pacto educativo. Desde luego, debe detectar las minas que se ponen en el terreno de la educación laica, pública y la garantía de igualdad de oportunidades.. Pero hay que ir más allá; eso es un contenedor indispensable que hay que llenar de contenido. La izquierda debe mejorar su reflexión sobre el modelo de escuela y formación superior al que nos aboca la sociedad que ahora vivimos.

Libertad Martínez

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