El espíritu de la transición se desvanece como el humo de una vela, manipulado por los políticos de ahora que dicen mantener convicciones sólidas defendiendo que esa democracia es un modo de ser, una filosofía. Efectivamente, hemos vuelto al escenario predemocrático con una fuerte polarización entre derecha e izquierda, casi violenta, pero con políticos flojos, poco preparados y de muy escaso recorrido, en el fondo y en las formas. La competición y la distancia de ideologías viscerales impiden las alianzas efectivas que fueron ejemplo entonces, en el primer gobierno constituyente de 1977. No valen los acuerdos para impedir, sino para crecer.
Desde aquel acontecimiento político de gran calado, el ciudadano español ha crecido en riqueza y posición, las instituciones públicas se han fortalecido y la modernización del país se ha constatado. En definitiva, se ha consolidado el llamado “estado del bienestar”. Hace 40 años, la necesidad de entendimiento se tradujo en acuerdo y lealtad con un único objetivo: el cambio. Hoy, en este siglo XXI, queda mucho por hacer; el camino está preparado para la evolución formidable de un país más tecnificado y tecnológico, de mayor y mejor desarrollo social, económico y empresarial en el marco de la seguridad que siempre aportan las alianzas internacionales.
Un trabajo de “pico y pala” que deberían liderar nuestros parlamentarios/políticos, los mismos que consiguen, permanentemente y con gran esfuerzo, aburrir y desesperar a un ciudadano desafecto de la política, harto, bajo un plomizo tedio de argumentos vacíos y personalistas en comparecencias interminables. Y nada que decir ahora sobre la transformación del parlamento nacional en un patio de lenguaje barato y mediático.
La transición se fraguó desde abajo, la movilización social, pero apoyada desde arriba, la clase política cercana a la dictadura. La transición de la necesaria España moderna debe acometerse desde la moderación y el criterio, desde la sostenibilidad ideológica y la perspectiva de futuro, desde la solidaridad y el entendimiento, que siempre están por encima de las declaraciones y las pataletas de pasillo. En la España de derechas cabe la de izquierdas y viceversa, porque ambas deben entender el contenido político como argumento de avance y no de retroceso. Y si esto no fuera posible, la culpa no es del concepto, ni del manoseado espíritu de la transición, sino de los políticos ineficaces que no han alcanzado la madurez profesional suficiente. La solución pues no es el combate en el debate, sino el encuentro en las propuestas.
Fernando Arnaiz