“No hay dioses en el universo, no hay naciones, no hay dinero, ni derechos humanos, ni leyes, ni justicia fuera de la imaginación común de los seres humanos”. Así de espeso manaba el diagnóstico de Yuval Noah Harari, joven profesor de historia en la Universidad Hebrea de Jerusalén, en su alabado libro “De animales a dioses”. A partir de un lenguaje asequible y de una osadía incalculable para trenzar supuestas certezas, Hararí sorprendía con un ensayo acerca de la humanidad agitado de antropología, religión, política e historia. Acaso la idea principal de la obra se cifraba en que es la condición social del ser humano el factor que le ha llevado a dominar el mundo, y que la fórmula de mantener la cohesión y la identidad de un grupo amplio estriba en la instauración y la consecuente aceptación colectiva de ciertas ficciones: la patria, la religión, el dinero. Así, “los sapiens dominan el mundo porque solo ellos son capaces de tejer una red intersubjetiva de sentido: una red de leyes, fuerza, entidades y lugares que existen puramente en su imaginación común.”
Semejante tesis supone el dilatado punto de partida de “Homo Deus”, una nueva obra del autor israelí que bosqueja –y de ahí el subtítulo “Breve historia del mañana”- un avance del hombre y de la sociedad en el meteórico devenir de la era tecnológica. Parte Harari de la convicción de que las tres principales adversidades de la humanidad –hambre, peste, guerra- pronto estarán bajo control. No es la prudencia un atributo del autor, para quien una vez contenidos estos males los desafíos serán diferentes y lo que es más importante susceptibles de ser afrontados por una especie definitivamente más enérgica merced a “los poderes que la biotecnología y la tecnología de la información nos proporcionan”. La prolongación de la esperanza de vida sería uno de los empeños principales, que una vez superados los límites naturales alteraría implícitamente el eje de la convivencia: la estructura familiar, el plazo de los lazos matrimoniales, el desarrollo de las carreras profesionales. Más abstracta es la explicación acerca de un segundo desafío que no es otro que la felicidad. Consciente de su carácter efímero, Harari diagnostica una solución bioquímica que implique remodelar cuerpo y mente en pos de nuevas fuentes de placer.
Se trata de un pronóstico inquietante que da pie al concepto clave en las casi 500 páginas de “Homo Deus”: algoritmo. En él residen las propiedades de la escritura, la bóveda del cerebro y de las emociones, el resorte definitivo en la formulación de cálculos y la toma de decisiones. Harari pone en solfa el “paquete liberal” (individuo-democracia-derechos humanos-mercado libre) denunciando que el humanismo es una ficción que ha sustituido a las religiones más eficaces: el humanismo nos ha persuadido de que el hombre es el origen último del sentido y que la mayor autoridad de todas es el libre albedrío. Sin embargo el autor niega rotundamente este principio y reduce la voluntad y el yo a procesos electroquímicos resultantes de una empírica aleación de genes, hormonas, y neuronas. La apocalíptica consecuencia sería la posibilidad de una tecnología capaz de manipular las pautas eléctricas del cerebro y con ello revolucionar sin retorno los seres y las sociedades humanas.
En un terreno rayano con la ciencia ficción, Harari describe un sistema en el que la mayoría de los humanos actuaría como masa y solo algunos elegidos conservarían su individualidad en una élite de “superhumanos mejorados” dotados de capacidades inauditas. Tal estrato industrial de evolución iría arrinconando a la especie, cuyo talento sería desplazado por la fortaleza de los algoritmos. En el mundo del mañana, jueces, policías, médicos, farmacéuticos, serían sustituidos por una omnisciente inteligencia artificial que anticiparía los conflictos y aplicaría las soluciones. Ni siquiera el arte quedaría fuera del dominio de la cibernética, bajo la prosaica teoría del autor de que las musas no son sino “algoritmos orgánicos que reconocen pautas matemáticas”.
¿Y nosotros? Intrascendentes, ineficaces, inempleables. Sobreviviendo bajo el efecto de drogas de diseño y juegos sofisticados en 3D. Ni siquiera las parcelas más privadas quedarían fuera del gobierno de la tecnología: las decisiones sobre el rumbo sentimental, las inclinaciones políticas (¿de verdad seguiría habiendo procesos electorales?), los destinos de vacaciones, se someterían a una red capaz de expresar en ecuaciones nuestras inclinaciones y nuestros anhelos.
En definitiva “la renovación mental de la primera revolución cognitiva dio a Homo Sapiens el gobierno del planeta, en tanto que una segunda revolución cognitiva podría dar a Homo Deus acceso a nuevos ámbitos inimaginables y transformarnos en los amos de la galaxia.”
Se me ponen los circuitos de punta.
Fernando M. Vara de Rey