Llevo tiempo percatándome de que en este, nuestro querido país, hay palabras que están en desuso. Y no me refiero a las que por su origen agrícola como arroba, andosco o celemín. Tampoco a las de origen militar como alguacil o arcabuz. Ni siquiera a las que hasta hace poco se utilizaban en la enseñanza como bachiller, cartapacio o cavá.
Me refiero a que la corrección política ha borrado del lenguaje habitual un montón de hermosas palabras que hasta hace poco, representaban una idea de lo que era un hombre de bien.
Palabras como valor, valiente o valentía, ya no se pueden decir en España. Ya no hay actos de valor-incluso se esconden los de los policías o militares, ahora está mejor visto rescatar un perrito-, porque la gente no se mete en tinglados. Ya no existen hombres o mujeres valientes, capaces de luchar por su causa o defender a otros-principalmente porque pueden terminar en la cárcel-. Como mucho los valientes son los que luchan contra una desgraciada enfermedad. A nadie se le presupone su valentía, está mal visto, eso es de agresivos y violentos.
Palabras como héroe, heroicidad, heroísmo. Ya no existen los héroes, incluso en las contiendas militares. Hace poco se estrenaba una película sobre una misión española en Afganistán, y un periodista decía sin reparos que se trataba de una película sin héroes, al contrario de las norteamericanas. Nadie comete una heroicidad, es de tontos, lo primero es mirar por uno mismo. No se cree en el heroísmo, es un concepto de otras épocas.
Palabras como honor, porque suena a tiempos pasados y se celebra por parte de todos la famosa frase de Groucho Marx: “estos son mis principios, si no le gustan tengo otros”, que es tan genial que retrata a millones de individuos de nuestra época. Palabras como gloria, patria o patriota. Una escritora amiga, muy moderna ella, me decía en la presentación de mi novela El Patriota Triste, que cuando escuchaba esas palabras le entraban ganas de salir corriendo.
Sin embargo, hasta hace no mucho tiempo, el concepto de una persona-hombre o mujer, seamos correctos-, de bien, querida y admirada por los demás era cuando se hablaba de un ser valiente, capaz de ser un héroe, con el honor sin mancillar y como bandera, que amaba a su patria y que en ocasiones alcanzaba la gloría en cualquiera de los aspectos de la vida.
¿Qué está ocurriendo en nuestros días? Pues que el hedonismo y la incultura se han apoderado de nosotros. Rechazamos el sacrificio personal, ya que el Estado debe hacerse cargo de nosotros. Lo importante es pasarlo bien (los anuncios publicitarios inciden contumazmente en ese concepto), declararse ciudadano del mundo (como si eso les importase a los otros habitantes del planeta), huir ante cualquier peligro (no vaya a ser que me rompan mi cara bonita), y carecer de honor y obligaciones (que se lo pregunten a cierto capitán de barco italiano que fue el primero en abandonar la nave que se hundía). Por supuesto la cultura no importa, todo aquello que nuestros ancestros pensaron, descubrieron o plasmaron en enormes poemas o escritos, carece de valor. Lo verdaderamente importante es transportar en la mano un teléfono móvil de última generación o tener internet gratis por donde vayas.
Afortunadamente todavía quedamos viejas glorias, veteranos de mil batallas que creemos en esos conceptos, aunque somos una especie en extinción, denostada y vejada. Somos el remanente de otras épocas, gente que no merece la pena ser escuchada. Porque al principio de todo, Dios-si existe, que esa es otra-, creo la palabra, el verbo para designar todas las cosas sobre la faz de la tierra. Y cada palabra en sí, es la idea de algo y al contrario. No lo olvidemos.
¡Qué viejo me estoy haciendo!
José Romero