Quien no recuerda bien su pasado, debería abstenerse de mentir. O al menos, debería tener memoria para no cometer los mismos errores pretéritos. Así que, comencemos estas líneas refrescando algunos recuerdos. Corría el mes de agosto de 1998 cuando el PNV, Eusko Alkartasuna y ETA firmaron un acuerdo que demagógicamente denominaron como “una nueva era en el conflicto con España”.
Y digo bien demagógicamente, porque el único conflicto con España que existía en ese momento era el que protagonizaban unos matones mafiosos terroristas que asesinaban a sangre fría a periodistas, jueces, empresarios, miembros de los Cuerpos de Seguridad o Fuerzas Armadas, o políticos. Los señores del PNV, EA y ETA tuvieron las santas narices de firmar ese acuerdo un año después de que Miguel Ángel Blanco fuera vilmente secuestrado y asesinado, en una tarde de julio en la que millones de personas en todo el mundo clamaban por la libertad de Miguel Ángel mientras el señor Otegi se tostaba al sol de la playa de Zarautz.
Entre otras barbaridades, en aquel acuerdo a tres bandas se decía textualmente: “EA y EAJ-PNV asumen el compromiso de romper con los partidos (PP y PSOE) que tienen como objetivo la construcción de España y la destrucción de Euskal Herria”. Y ETA se comprometía a declarar una “tregua indefinida”. Aquel acuerdo dio paso pocos días después al Pacto de Estella, en el que todos los anteriores actores, sumados a la izquierda más radical, el condumio de asociaciones proamnistía, el mamandurrio de sindicatos abertzales y la kale borroka política se unían para aislar al PSOE y al PP y crear una “Udabiltza”, una nueva institución que aspiraba a integrar a todos los partidos y que daba alas a la ilegalizada Herri Batasuna para volver a las instituciones. El brazo político de ETA necesitaba tener voz en el parlamento vasco. Y financiación.
Aquel sainete duró lo que tardó el brazo político de ETA en ir aumentando sus exigencias. ETA anunció el final de su tregua un año después y el 21 de enero de 2000 volvió a asesinar. Lo que quedó claro es que aquella tregua fue una trampa, como siempre advirtió el gobierno de Aznar, y sirvió para que ETA siguiera recabando financiación a través de la extorsión a los empresarios vascos y lograr su rearme. Todo fue una gran mentira.
Cinco años y medio después de su anuncio del cese definitivo de la “actividad armada”, y una vez que las fuerzas de Seguridad del Estado les asestaron consecutivos golpes para su supervivencia, ahora ETA nos ha propiciado un nuevo sainete: el de su supuesto desarme. Un epílogo a décadas de asesinatos reconvertido en un acto propagandístico y de blanqueamiento de su historia, para ver si así algunos olvidan sus crímenes.
Este sábado dicen que van a entregar 45 bidones llenos de armas y explosivos, escondidos en zulos cercanos a la frontera de Francia con España. Un gesto al que seguirá un espectáculo circense de conferencias, manifestaciones y muchas fotos protagonizadas por unos supuestos verificadores internacionales y por grupos abertzales, autodenominados de forma muy cursi como “artesanos de la paz”, que serán quienes nos informen de que todo está correcto. ETA podía habernos ahorrado este circo: bastaba con que enviaran por GPS las coordenadas de sus zulos a la Guardia Civil. Y asunto zanjado. Y ya que estamos, que entreguen TODAS las armas, algo que las fuerzas policiales saben que no va a suceder.
Pero la ignominia es aún mayor. A todo este sainete se ha sumado otra romería abertzale. Otegi, ese “hombre de paz” que secuestró a un empresario vasco y fue condenado por pertenencia a ETA, reunió a representantes de todas las fuerzas políticas vascas, a excepción del PP, en una reedición euskaldun del “Pacto del Tinell”. A la foto de la vergüenza le siguió una declaración muy pomposa en el Parlamento vasco. Y a todos estos actos asistió de forma sonrojante el Partido Socialista de Euskadi, el mismo que perdió a tantos compañeros de filas a manos del terrorismo de ETA. Lo que logró esa imagen es expulsar a algunos de los que más han sufrido y a quienes fueron artífices de quienes han conseguido que ETA no consiga absolutamente nada después de 40 años de asesinatos y de extorsión al conjunto de la sociedad vasca. Menos mal que en el PP no olvidamos a nuestras propias víctimas y a todas las víctimas de ETA. No vamos a permitir que sean los terroristas quienes reescriban el relato de tantas décadas de asesinatos.
ETA ha durado tanto tiempo porque siempre contó con apoyo político y social, y sólo empezó a morir de inanición cuando se ilegalizó a su brazo político (aunque sigue manteniendo marcas blancas) y se le restó el apoyo de, entre otras fuerzas políticas, el PSE. Que se aplauda y que se diga que ETA es un “actor de la paz», es tan vergonzoso como ver a los socialistas vascos, con los que tantos muertos hemos compartido, rebajar su nivel de exigencia a ETA y hacerle el juego a Otegi. Pero nada nuevo hay en la arena: también desde el Partido Socialista de Navarro se apoyó a quienes molieron a golpes a dos guardias civiles y sus mujeres en Alsasua, en un claro ejemplo de equiparación de víctimas y agresores.
Frente a esa foto de la vergüenza, lo que cabe es realizar otra foto: La de la Verdad, Memoria, Dignidad y Justicia de las víctimas del terrorismo. Porque mientras ETA se va de romería pacifista, quedan más de 300 crímenes sin resolver. No basta con entregar algunas armas: sus miembros con crímenes de sangre deben responder ante la Justicia. No basta con buscarse a unos observadores internacionales, como si Francia o España no fueran países democráticos, lo que tiene que hacer ETA es disolverse de una vez, someterse a la Justicia y pedir perdón a las víctimas del terrorismo. Porque ni los verdugos son víctimas, ni el relato de décadas de asesinatos puede reinterpretarse desde la única visión de los asesinos. Se lo debemos a las más de mil personas que dieron su vida y a miles de heridos y familiares. Sólo habrá paz cuando los malvados sean los auténticos perdedores. Se lo debemos a España.
Borja Gutiérrez