Parece mentira que, en pleno siglo XXI, y en una de las naciones más antiguas del mundo, debamos estar recordando permanentemente la historia de nuestros símbolos, del conjunto de valores que representan la unidad y la libertad de todos los españoles, sin importar su credo o ideología política. Pero la izquierda radical se empeña en que debamos hacerlo cada año, especialmente cuando llega el 14 de abril, fecha que estos nostálgicos de la Historia, siempre contada a medias y a su beneficio propio, se arrogan para asaetearnos con su discurso caduco amparado en la bandera tricolor, que para ellos representa todo lo contrario de lo que debe representar la rojigualda, la bandera que desde los tiempos de Carlos III ha unido a todos los españoles.
El relato republicano indica que fue durante el Sexenio Revolucionario, entre 1868 y 1874, cuando nació la tricolor, pero no es así. Y es más, durante la I República nunca se reconoció esta bandera como el estandarte nacional, hasta el punto de que los independentistas cantonales de Cartagena enarbolaron una bandera roja en el castillo local para indicar que la ciudad era libre al fin. La tricolor ni la conocían. El republicanismo durante la Restauración no cambió la rojigualda y sólo comenzó a convertirse en un símbolo alternativo en la década de los 20. Su imposición como bandera nacional, 13 días después de proclamarse la II República en 1931, se hizo por decreto, sin consenso alguno, sin ser sometido a consulta nacional o a debate en las Cortes. Como dicen por ahí, se hizo “por el artículo 33”.
Conviene recordar la breve historia de la tricolor, que la izquierda radical ha convertido en su enseña nacional, justo ahora que también se cumplen 40 años de la legalización del Partido Comunista de España. La Transición española fue un ejemplo para el mundo por varios motivos. El principal de ellos, porque todos los españoles decidieron que la reconciliación nacional era un bien superior a las veleidades particulares de cada formación política.
Y por ello, precisamente otro 14 de abril, pero de 1977, el PCE, recién legalizado unos días antes, se reúne por primera vez y accedió a la petición que Adolfo Suárez le había realizado a Carrillo, en unos momentos muy tensos a nivel social: reconocer la Monarquía constitucional y la bandera rojigualda como elementos de unión de todos los españoles. “En lo sucesivo, en los actos del partido, al lado de la bandera de éste figurará la bandera con los colores oficiales del Estado. Consideramos la Monarquía como un régimen constitucional y democrático. Estamos convencidos de ser a la vez enérgicos y clarividentes defensores de la unidad de lo que es nuestra patria común”, declaró Carrillo. Y en aquel momento quedó claro que la Transición comenzaba a ser una realidad.
40 años después, los herederos directos del PCE, algunos de ellos hoy bien posicionados y con sueldo público en las filas de Podemos, reniegan de todo este proceso y nos dan su caduca chapa cada 14 de abril colgando la tricolor en cuanto espacio público pueden. Lo hemos visto en San Sebastián de los Reyes, Rivas Vaciamadrid, Sagunto, Silla, Navarra… Y en Cádiz, cuyo alcalde ha hecho la “Kichillada” de izarla nada menos que en la Plaza de la Constitución, un texto que fue votado masivamente por los españoles en las urnas, y en el que se recoge la bandera rojigualda como enseña nacional. Más le valdría a alcaldes como Kichi preocuparse más de los verdaderos problemas de sus ciudadanos que de andar provocando, porque mientras Kichi iza la tricolor en un mástil cutre que se vuela con el viento, Cádiz es la capital de provincia con más paro de España.
Pero el problema que vivimos actualmente va más allá de que la izquierda radical, tan experta en la algarada y el escrache, el efectismo político y la propaganda barata, nos diga que el régimen del 78 hay que abolirlo, considere que Carrillo fue un traidor, o se arrogue para sí la tricolor, que sólo fue oficial por decreto y sin consultárselo a los españoles, durante 8 de los más de 500 años en los que España es nuestra patria común.
El verdadero problema lo tiene el PSOE, que camina sin rumbo ideológico claro y en muchos de estos territorios compite con los del “partido del coleta morada” en ver quien es más radical. Y ahí tenemos ejemplos como el del PSOE de Navarra votando a favor de que la tricolor ondee en el Parlamento navarro. Los mismos que luego te pactan con Bildu, piden la libertad para los agresores de dos guardias civiles y sus mujeres, apaleados en un bar de Alsasua, o se hacen fotos en Euskadi con ese condenado terrorista y ahora autoproclamado “apóstol de la paz” llamado Otegi, que aún no ha pedido ni perdón a las víctimas del terrorismo.
Lo que necesita España es exactamente lo contrario: la moderación, recuperar el espíritu de esa Transición que ahora quieren demoler como si no hubiera concedido a España su mayor época de libertades y progreso. Este país no está para provocaciones gratuitas, ya sean enfundadas en tricolor o en fotos con terroristas. Este país lo que merece y necesita es acuerdos, es consolidar sus libertades, es respetar su historia y tradiciones, es trabajar juntos para afrontar los desafíos que tenemos por delante. Pero hay mucho tonto a las 3 que eso aún no quiere entenderlo, porque es más fácil provocar para conquistar a la masa, escrachar a quien no opina igual y luego echarse unas risas por el twitter. Incluso haciendo chistes miserables sobre personas fallecidas o víctimas del terrorismo. Todo les vale. Y no, no todo vale.
Borja Gutiérrez