El maltrato de pasajeros por United Airlines ha venido a poner de manifiesto el latazo que nos dan las compañías aéreas para llevarnos de un sitio a otro. Esto es la punta del iceberg del trato que solemos sufrir los viajeros a bordo de los aviones.
La codicia de las empresas nos pone los asientos estrechos, incómodos, apretados. Y no digamos si al pasajero de delante le da por reclinarse. Y la tripulación no te da ni agua. Por supuesto, ni periódicos. Mientras algunos pasajeros cargan abusivamente todo su equipaje y mochilas inmensas en cabina, otros se lo ven arrebatado para la bodega, de forma caprichosa, dependiendo del día y del humor de la tripulación.
Por otro lado, las gabelas a las que nos someten las compañías son muy variadas. Tenemos que comprar ida y vuelta, no podemos cambiar el billete salvo si pagamos un recargo leonino, nos tragamos todos los atrasos porque «el vuelo anterior ha llegado tarde». Y sólo queda aguantar, que no hay más remedio. Las compañías han ahorrado dinero cargando costes y servicios sobre el cliente cautivo y desarmado. Si no pagas un suplemento, ya se encargarán de darte el asiento más incómodo. Así, véase Brussels Airlines o Easyjet (pero la página web de esta última es mejor que muchas otras).
No hay forma de reclamar salvo la universal respuesta panglosiana de «consulte nuestra web» (donde no suelen contestar). Si tenemos la tarjeta de cliente, salvo que sea 'gold', no sirve para nada. Debemos sobrevolar varias veces los océanos para que los puntos computen para algo. Mucha newsletter que nos atiborra la caja de correo, pero no hay forma de que contesten a ninguna pregunta, reclamación o duda. Es el muro. El muro de las lamentaciones en nuestra pantalla.
A ello se une el sistema de los aeropuertos, semi o totalmente privatizados, convertidos en un laberinto de controles, colas y centros comerciales de cosas innecesarias. Los aeropuertos son, en general, 'zona hostil'.
Mientras, las compañías aéreas pagan el queroseno bonificado, las llamadas «de soberanía» o «de bandera», ese eufemismo, gozan además de ventajas que encubren todo tipo de ayudas públicas, incluidas la publicidad turística y otras fórmulas opacas.
Aunque Iberia es paradigmática en su poca simpatía, especialmente en los transoceánicos, otras compañías no le van a la zaga (tengo que exceptuar la TAP portuguesa que aunque es cara es más simpática, y también me ha sorprendido la mejora de Ryanair). Pero no preguntemos a ningún directivo de ninguna. Ellos se limitan a ser transportistas, con el mismo título que un camionero o un autobús de línea, pero con menos humanidad y poca simpatía. Y, sobre todo, a costa de nuestra incomodidad.
Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye