martes, noviembre 26, 2024
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Teixeira de Pascoaes

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Uno recordaba, en alguna ocasión anterior, los sabios consejos a un joven poeta redactados un poco a vuelapluma por Max Jacob, hoy caídos en ese olvido que haríamos muy bien en no permitir que nos devore a todos.

Quiero ahora recordar otra obra, Los aforismos de Teixeira de Pascoaes, muy diferente y a la vez muy parecida, por desgracia recordada por muy pocos y de cuya lectura serían muchos los que podrían sacar valiosas enseñanzas.

Teixeira de Pascoaes es el gran representante de ese movimiento poético tan lusitano, a la vez tan cercano al quietismo, que dio en llamarse saudosismo. Los rasgos principales de esa corriente poética son la contemplación ascética, unida a la añoranza melancólica, para condensarse en un solo concepto, desconocido por desgracia en castellano, que no es otra que la saudade.

Hoy son muy pocos en Portugal, y seguramente casi nadie en España, los que todavía leen la poesía de Pascoaes, quien pasó casi toda su vida, hasta su fallecimiento en 1952, alejado del bullicio de Coimbra y de Lisboa, felizmente retirado en su casa solariega en las agrestes sierras del país vecino.

Fue el insigne Mário Cesariny, tal vez el último surrealista europeo, quien se lanzó a la ingrata tarea de poner orden en el caos de papeles legados por el poeta, para conseguir dar luego a la prensa Los aforismos, ese libro que de alguna manera resume la visión filosófica y vital de Pascoaes. El propio Cesariny confiesa que la selección de esos aforismos no es, ni mucho menos, exhaustiva, al haber pretendido, sobre todo, rendir un homenaje a ese poeta olvidado, cuando no denostado, que no duda en calificar como de «importancia máxima para la vida de la Poesía».

No todo en esas máximas poéticas refleja, ni mucho menos, seriedad o afán de permanencia, como cuando Teixeira de Pascoaes nos recuerda ese drama de la digestión, sobre todo cuando es la de la última cena. De la misma manera, tal vez enraizando con el surrealismo, asegura que actuar es construir destruyendo y, demuestra una interesante premonición antropológica al afirmar que en el planeta hay montes, campiñas, ríos, lagos, pero ningún paisaje.

Asegura también que poeta quiere decir poseso y que la Poesía es la sucesora de la Poética. Señala asimismo que el hombre huye de su sombra anterior para ir hacia su luz futura, para recordar a continuación que la Biblia es un epitafio, un libro escrito, mientras que el Libro de la Vida, citado por San Pablo, existe en la inspiración de los poetas, eternamente irreductible a papel y tinta o a cualquier otra substancia muerta. La conclusión de Teixeira de Pascoaes es una certera y algo cínica interrogación: ¿cómo puede ser que un animal que fuma pueda creerse inmortal?

Ignacio Vázquez Moliní

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