Familias enteras, abuelos, niños… Todos con su 'pijama' de rayas, rojas y blancas en este caso. A la entrada no ponía esta vez 'Arbeit mach fre' ('El trabajo libera'), como en la puerta de Dachau, sino simplemente 'Acceso a Torre D'. Las maletas habían sido sustituidas por mochilas, y los miembros de la SS por policías nacionales con su traje de protección individual. A los 'visitantes' se les confiscaba todo, desde mascarillas sanitarias hasta botellas de agua con las que habían intentado paliar el calor de estar de pie durante una hora soportando un sol de justicia.
Una amiga me había invitado a ver in situ el partido de Liga de Campeones entre el Real y el Atlético, «para que no lo veas todo siempre a través de la televisión», pero el problema fue que mi amiga, pese a ser carabanchelera, ejercía en este caso de 'judía', y a mí me había convertido en una más, al colgarme del cuello una bufanda que no llevaba una estrella amarilla bordada sino la inscripción «mi mamá me hizo, guapa, lista y antimadridista», que como más tarde contaré parece que era más ofensivo que si hubiera llevado escrito «puta policía».
Mi amiga, siempre tan formal, me dijo que, siguiendo recomendaciones de su club, había que estar a las 18:30 horas en la Plaza de Castilla, para que la Policía nos llevara al Santiago Bernabéu. Con puntualidad 'mosquil', allí estaba yo a mi hora, pensando que las amables fuerzas del orden nos habrían preparado unos autobuses para hacer ese trayecto. Pronto me di cuenta, con guardias a caballo por todas partes bordeando la marcha organizada, y que te miraban como si les estuvieras apuntando con un kalashnikov, que lo que esperaba fuera una bonita experiencia, como cuando a los de 'La lista de Schindler' poco más o menos que les prometían el paraíso', iba camino de convertirse en una tarde horribilis.
De ello ya no me quedó duda cuando al llegar a la calle Rafael Salgado, colindando con el Bernabéu, y en una zona en la que el sol dejaba no menos de 28 grados, la marcha se detuvo como si un socavón impidiera dar un paso más. Como ocurre en cualquier atasco de tráfico, parecía que nadie se movía delante tuyo. Bueno, justo los de delante sí lo hacían y además encima mío, al grito de «madridista, el que no bote es, es…». Menos de treinta pisotones no recibí. De vez en cuando, durante dos segundos exactos, la muchecumbre avanzaba de golpe hacia delante, como si detrás hubiera una manada de Victorinos en plena calle Estafeta.
Así, pasito a pasito, y dejando algunas 'víctimas' en el camino (gente mayor tuvo que salir de la 'manada' para poder respirar) llegamos al primer cordón policial. Allí habían puesto a los agentes más cachas del cuerpo, que impedían a base de empujones y malos modos que nadie diera un paso más de la cuenta. Los que en el corte se quedaban 'primeros de la fila' eran casi como los 'afortunados' a los que elegían para las cámaras de gas. Golpe va, golpe viene, sin tener en cuenta que era la masa incontrolada las que les empujaba contra ellos.
Después, una vez superada esa primera barrera, venía otra en la que se cercioraban de si la entrada era falsa y te pedían el DNI para ver si tu nombre coincidía con el que estaba escrito en la misma. Dos metros después estaba el primer cacheo. Que si la bufanda no pone nada malo y no es ofensivo según la Constitución y la mismísima RAE, que si lo que llevo en la bolsa es un bocadillito por si me entraba hambre, que si mi funda de gafas es así de dura, que si lo que llevo ahí envuelto es una chocolate, pero con leche y no para colocarme dentro…
Mi amiga impidió que me rindiera y me fuera a mi casa, lo que hizo que tres metros después otra barrera de 'mazaos' dijera que por allí no pasaba nadie hasta que no pasara el grupo que había delante. Cinco minutos más tarde estábamos nosotras donde el grupo anterior, con un sujeto con un polo blanco tocando las narices con un perro que vete tú a saber lo que estaba buscando. El 'como me muerda la tenemos' era la frase más utilizada en ese momento a mi alrededor.
La Torre D, que era casi como llegar a la luna, estaba ya delante nuestra, pero ahí tuvimos que enseñar de nuevo la mochila y aclarar lo que ponía en nuestras bufandas, jurando que ni éramos homófobas, ni racistas ni nada parecido. 'Menos mal que al menos en este campo hay escaleras mecánicas', decía el sujeto que entraba a mi lado. ¡Já! Florentino Pérez, o quizás las fuerzas del orden pensando que una escalera mecánica en funcionamiento podía ser un arma de destrucción masiva, habían dado la orden de que estuvieran paradas. Creí estar subiendo la Torre Eiffel o el Empire State.
La odisea había terminado. Llegaba a mi asiento a las 20:40 horas, apenas cinco minutos antes de que comenzara el partido, después de haber estado a las puertas del Bernabéu a las 19:00 horas. Ni en una concentración de terroristas del ISIS habrían tenido que soportar tanto control. Al ver la red que nos separaba de los seguidores locales, con sus agujeritos, comprendí que al menos nadie nos iba a gasear esa noche. Y respiré tranquila. El partido, y, sobre todo para mi amiga, el resultado, ya era lo de menos. Estábamos vivas e íbamos a salir de allí por nuestro propio pie. La vida es bella, como decía Roberto Benigni.
La mosca