En Macondo, al menos, eran los edecanes quienes trazaban círculos de tiza, para impedir que la gente se acercara a la verdad. Ahora, en la maraña de la información libre, son los poseedores de la verdad quienes pintan sus propias sombras de tinta, desde donde sermonean al personal.
Un sermón que, especialmente, debe ser apocalíptico. A principios de los sesenta, Manuel Vázquez Montalbán, ya señaló que todo comunicador, como profesional de la cultura, se mueve entre la represión y la integración. Eco, lo resumió en apocalípticos e integrados.
Sin duda, el papel más cómodo es el de represores y apocalípticos. No solo te evita la etiqueta de integrado sino que no necesita ninguna relación con la verdad: solo tiene que parecer que todo es un desastre y que vivimos en el peor de los mundos para que el sermón triunfe.
El papel de apocalíptico te evita la verdad, te evita disgustos con la banda del bús y te coloca en la senda de los que urden la estrategia de comunicación, a golpe de pasta.
No solo es más cómodo, le hace el caldo gordo a la airada banda del autobús que cada vez se parece más a la parda muchachada que laceró de dolor la historia de Europa.
Los apocalípticos afirman que Trump era lo mismo que Hillary, que lo del Brexit no era xenofobia, que entre un banquero y Le Pen tampoco es para tanto, o que es mejor vivir sin presupuesto que morir en la orilla de Rajoy.
Los apocalípticos franceses- jaleados por numerosos colegas españoles- están dando ejemplo de como profetizar el fin del mundo, pateando el culo de los débiles, eso si con sesudos argumentos, finas columnas y groseras tertulias
Un buen apocalíptico inventa enemigos de la patria, urde intoxicaciones varias y maneja información falsa. No importa la verdad para la secta del apocalipsis; lo que es importante es que cada día se intoxique nuestra democracia con una porción de ira.
Al fin y al cabo, el apocalíptico pontifica, predica o condena según purísimos intereses. La estrategia mediática que vivimos sufriendo españoles y españolas, desde hace un par de años, ha sido claramente explicada, sin rubor alguno, por Mauricio Casals, hombre fuerte de Atresmedia: “El sándwich al PSOE con la Sexta funciona de cine”.
Naturalmente, lo que funciona de cine es destrozar a la izquierda, vender humo populista y que la derecha saque el oportuno rendimiento. El poder de la secta apocalíptica, reunida en sus tertulias, organizada en la maraña de la llamada información libre, vendedora de toda clase de relativismos y cabalgando en dudosas superioridades morales, cuando no en la simple mentira, sirve para degradar la política y regalársela a la derecha.
Una vez destrozada la izquierda, a golpe de falsedades, verdades a medias y medias mentiras, desde Londres a Madrid, pasando por Paris, será entonces cuando se dará tribuna a quienes, tipo Vestrynge o Echenique, consideran igual que gobierne una fascista que un demócrata . Porque en realidad a ambos les encantan los fascistas y porque las cosas son así, estimadas y estimados: si se acaba el caos, si no podemos anunciar el apocalipsis, se acaba el negocio.
La verdad de quienes predican desde los círculos de tiza nos excluyen a los demás y convocan la muerte civil de quien no comulga con la verdad única. Usted, probablemente, creía que la información libre producía pluralidad de ideas. Pero la política de la ira, manda otra cosa, estimado y estimada lectora.
Juan B. Berga