«Si hay en el mundo un país desconocido para los demás países lejanos o vecinos suyos, ignoto, inexplorado, incomprendido e incomprensible, es, sin duda, Rusia con respecto a los países occidentales», decía Dostoievski en 1861 (Diario de un escritor).
Siglo y medio después, sigue siendo verdad. 2017 va a ser un año complicado para Rusia. Rusia parece haberse convertido, una vez más, en el chivo expiatorio de todos nuestros problemas. La incapacidad de la Unión Europea para hacer algo útil en Siria o con los refugiados nos da el pretexto de culpar de todo a Rusia. A veces, los medios parecen resucitar aquel slogan de la División Azul, ¡Rusia es culpable!
El centenario de la revolución de octubre corre el riesgo de permitir, por un lado, todo tipo de ditirambos y elegías, y de otro, acerbas críticas. Todo muy ideologizado. Hoy Rusia está hipotecada y su imagen muy empañada por Putin. Es cierto que no hay verdadera democracia, como casi nunca la ha habido en ese vasto país que es casi un continente. El prestigio de Rusia, donde hace un siglo la revolución tuvo dos actos de trascendencia mundial, febrero y octubre, ha venido sufriendo de los dirigentes de ese Estado.
Algunos añoran la mal amada URSS porque desde la disolución de la Unión Soviética, se han ido haciendo fortunas turbias, desgajando repúblicas dudosas (que de repúblicas tienen bien poco, son más bien satrapías asiáticas). Oligarcas, economía extractiva, ex KGBs, plutonio, tropas amasadas en las fronteras occidentales, todo esto no hace ningún favor a Rusia. Y, sobre todo, que no se ha ganado mucho en libertad y el pueblo ha perdido, continúa perdiendo.
Pero todo es mucho más complejo y difícil de juzgar, si es que debemos juzgarlos (¿quién creemos que somos para juzgarlos tan a la ligera?). Hasta con la secesión de Ucrania nos asaltan las dudas, como nos asaltan con la anexión de Crimea. Pensemos, por ejemplo, que dos símbolos de la letras rusas como Gogol y Bulgakov eran de Kiev, hoy capital de Ucrania. Kiev fue la verdadera capital de Rusia antes de Moscú. Y Crimea ha sido ucraniana solo unos lustros, por una especie de donación de Krutschev.
Quizá conociendo la ortodoxia eslava y su fatalismo milenario se pueda entender mejor esa nación. Recomiendo, para acercarse a esa cultura, el libro 'La danza de Natacha', de Orlando Figes, que resume perfectamente esa tensión entre Asia y Europa, puesta de manifiesto por la Natacha de 'Guerra y Paz'. Y si no, leer a Pushkin o Lermontov para darnos cuenta del papel del Cáucaso en su historia. Ellos colonizaron Asia como nosotros América o los franceses e ingleses Africa.
Los desencuentros y malentendidos entre Rusia y el resto de Europa -porque recordemos que Rusia hasta los Urales es pura Europa- son muy anteriores a la revolución soviética, como ya se puso de manifiesto en la terrible guerra de Crimea (que, por cierto, es rusa y no ucraniana) en 1853. Entre bosque y estepa, el marxismo fue considerado liberador pero aquellas esperanzas sucumbieron víctimas de la rigidez dogmática que dio en una especie de peor zarismo, el estalinista, exterminador y cruel.
En España necesitamos conocer mucho mejor Rusia, su cultura, su geografía y su historia, únicas. Los franceses la conocen y de ahí su matizada relación, que no se alinea necesariamente, ni a izquierda ni derecha, con el simplismo de la diplomacia declamatoria de la UE. Rusia es mucho más que Putin.
Y para nuestro peculio hispánico, no olvidemos que Rusia es quizá uno de los países donde más se ha apreciado el Quijote desde antiguo. No es casualidad que una de las mejores películas sobre el Caballero de la Triste Figura sea la de Kozintsev, en la que es interpretado por el gran actor Nikolay Cherkasov (el mismo que hizo de Iván el Terrible). Es probablemente la mejor versión cinematográfica del libro. Por algo será.
En un puesto de libros viejos de Lisboa, en la apacible feria sabatina de la rua Anchieta, encontré hace poco 'El pueblo ruso, su devenir histórico 862-1945', de Boris Nicolsky, cuya lectura me ha sugerido estas líneas.
Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye