Escribir sobre un personaje conocido, popular, es siempre difícil, sobre todo si la persona sobre quien se escribe es -o ha sido- contemporánea de uno y, por lo tanto, de muchos otros. En este caso puedo decir, además, que a mi personaje lo conocí personalmente, aunque nada más que eso. En los 90, coincidí con Gloria en el portal de la casa que habitó en la calle de Alberto Alcocer, casi esquina con el paseo de La Habana, en Madrid. Fuimos vecinos. Cierto es que mi conocimiento se limitó a atreverme a saludarla. Ella me miraba amable y me respondía parca: “Hola, chico”.
Al pensar en Gloria le he preguntado a mi hermano Mario su opinión sobre la idea de dedicarle mi columna; y Mario, siete años menor que yo, me ha sorprendido diciéndome que le encanta y que, cada noche, lee a sus dos hijos versos, cuentos o historias y que, en este momento, estaba leyéndoles Los Poemas de la Oca Loca.
Otra cosa que he hecho es hablar por teléfono con Casilda Rivilla, Jefa de Comunicación de la Fundación Gloria Fuertes. Conocí a Casilda en el pleno de la Junta Municipal del Distrito Centro de Madrid donde, en mi calidad de vocal portavoz de Ciudadanos, junto con el resto de vocales de la formación naranja en el distrito, Daniel Guerrero y Sara Medina, tuve el privilegio de votar a favor de que un espacio público del distrito histórico de la ciudad lleve el nombre de Gloria Fuertes. También en el pleno municipal conocí a Paloma Porpetta, presidenta de la Fundación, con quien he coincidido en el Ateneo de Madrid, en uno de los muchos actos que se están promoviendo en homenaje y memoria de la inolvidable Gloria Fuertes en el primer centenario de su nacimiento.
Así pues, vaya mi crónica y mi admiración a esta mujer poeta, que no poetisa, Gloria Fuertes, a la que muchos recordamos porque, cuando éramos niños, nos hacía soñar con sus versos, casi naïf; con sus palabras escritas y, sin embargo, musicales.
Recuerdo su presencia en los años 70 en el programa Un globo, dos globos, tres globos y, más tarde, ya en los 80, en La cometa blanca. Por su aparición en estos espacios televisivos y, qué duda cabe, por su dedicación a los más pequeños, Gloria Fuertes será para siempre la “maga” de los niños y su literatura infantil, la más recordada de su prolija y diversa obra. Sin embargo, la poesía de Gloria va mucho más allá que su poesía infantil. Permítanme reivindicar, por tanto, a la poeta de los adultos, a la poeta de todos. Porque Gloria es, a mi modo de ver, la mujer poeta por excelencia, y sus versos, profundos y tristes, alegres y directos, nos transportan a una realidad mágica y, al tiempo, doméstica y reconocible. Gloria es inmensa en la brevedad. Es, digámoslo así, música y oralidad. Personalmente me encantan los versos que Gloria dedicó a las mujeres. No disimuló su lesbianismo y su gran amor fue una mujer, la hispanista estadounidense Phyllis Turnbull.
Cuentan que, cuando sus amigos la visitaban en su piso de Alberto Alcocer, le llevaban una botella de whisky y comida para que no hiciera gasto. Luego, al morir Gloria, se sorprenderían al saber que tenía ahorrados unos cien millones de pesetas, que legó a La Ciudad de los Muchachos, reintegrando a los niños la fortuna que, en cierto modo, había hecho gracias a ellos.
Deseo traer a colación algunos datos biográficos de Gloria que he extraído, en su mayoría, de las páginas de la Fundación Gloria Fuertes, gracias a la cual pervive y revive la memoria y la obra de esta mujer excepcional.
Nació Gloria el 28 de julio de 1917, en la calle de La Espada, en el popular barrio de Lavapiés, de madre costurera y de padre portero, primero del Catastro y más tarde de la Institución Gota de Leche.
Desde los dos años hasta los catorce, Gloria asistió a diversos colegios, entre ellos uno de monjas, que rememoró en un poema: Me llevaron a un colegio muy triste/ donde una monja larga me tiraba pellizcos/ porque en las letanías me quedaba dormida. Su infancia transcurrirá entre la plaza del Progreso, hoy Tirso de Molina, y la calle Mesón de Paredes. Ella misma definiría su infancia como la de una niña “con zapatos rotos” que “no tenía muñecas”.
Con catorce años publicó su primer poema: Edad, juventud, vejez. Simultáneamente, su padre la matriculó en el Instituto Profesional de la Mujer, obteniendo diplomas en Taquigrafía, Mecanografía, Puericultura e Higiene. Pero ella quería hacer deporte y, sobre todo, escribir poesía, así que se matriculó en Gramática y Literatura.
Un acontecimiento importante en la vida de Gloria fue la muerte de su madre en 1934. Gloría lo expresaba en sus versos de la siguiente forma: A los nueve años me pilló un carro/ y a los catorce me pilló la guerra;/ a los quince se murió mi madre,/ se fue cuando más falta me hacía.
Gloria, desde muy joven, trabajará en diversas “horribles oficinas” y en la fábrica Talleres Metalúrgicos. A los diecisiete años escribe su primer libro de poemas, Isla Ignorada: Soy como esa isla que ignorada/ late acunada por árboles jugosos/ -en el centro de un mar/ que no me entiende-/ rodeada de nada/ sola sólo.
En 1939 pasó a trabajar como redactora de la revista infantil Maravillas. Y entre los años 40 y 50 empieza a consagrase como poeta, integrándose en el movimiento poético denominado Postismo y colaborando en las revistas Postismo y Cervatana.
En 1951 fundó el grupo femenino Versos con faldas. Y en el 52 estrenó su primera obra de teatro en verso, Prometeo, que obtiene el Premio Valle-Inclán. Desde 1961 a 1963 residió en los Estados Unidos, becada, impartiendo clases en las universidades de Bucknell, Mary Baldwin y Bryn Mawr. Como bien diría ella misma, “la primera vez que pisé la universidad fue para dar clases en ella”.
Durante la década de los 70 colaboró en las revista La Codorniz y Discóbolo. En 1982 se estrenó, en el teatro Lavapiés, su obra Las tres Reinas Magas.
Falleció el 27 de noviembre de 1998. En su lápida reza: “Gloria Fuertes, Poeta de Guardia (1917-1998). Ya creo que lo he dicho todo/ Y que ya todo lo amé/ G.F.”
Quiero acabar mi columna subrayando a Gloria Fuertes como inmensa e intensa poeta de adultos, como maga de la soledad; y recordando a la Gloria amorosa, lesbiana, fumadora, solitaria, feminista, austera, bebedora, vividora (en el mejor de los sentidos), creyente y soñadora.
Ignacio Perelló