viernes, noviembre 22, 2024
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Captatio benevolentiae

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Con esta hermosa expresión latina se conoce ese socorrido y añejo recurso estilístico que consiste en comenzar una intervención simulando una humildad algo impostada, cuando no del todo falsa, con la que se solicita la clemencia del auditorio ante la pretendida torpeza del orador.

En algunas lenguas latinas, como el portugués, es costumbre ancestral comenzar una conversación recurriendo al conocido «com licença», hermosa alocución que, de no ser por la carga de humildad popular que conlleva, podría traducirse por aquella expresión tan nuestra, con la que otrora comenzábamos la exposición de los temarios de oposiciones, los erráticos alegatos en estrados o incluso las fervorosas tertulias de antaño, que es el ya fenecido «con la venia».

Con las prisas que nos agobian, tan curioso recurso ha ido cayendo en desuso. Ya casi nadie se atreve, y es una auténtica lástima, a comenzar el brindis en honor al amigo ilustre, afirmando sin sonrojo aquello de «no soy orador». Mucho menos hay ya quien inicie un artículo con frases exculpatorias, que hoy despertarían la sonrisa de los lectores, como «siendo neófito en este asunto, hoy me atrevo», o «abusando de la paciencia de los lectores».

También ocurre lo mismo con aquellas formas de presentarse ante quien hubiera de leer el pliego de descargos, la solicitud tal vez no muy bien fundamentada o la instancia llanamente pedigüeña, en las que no se ahorraban elogios, debidos respetos e incluso aquella magnífica expresión administrativa con la que se pedía, ni más ni menos, que Dios guardara por muchos años a la autoridad a quien uno humildemente dirigía la súplica.     

Esas expresiones se han mantenido, por ejemplo, en el lenguaje algo ampuloso de los cuentos orientales, situándose el narrador siempre muy por debajo de quien escucha. Así, cuando se relata cómo Harun Ar-Rachid escucha absorto las palabras de Sherezade, afirmando le perdonen la osadía ya que fue así como se lo contaron, aunque Dios sea el único que en realidad sepa. Ese mismo lenguaje oriental tampoco ahorra epítetos que el mismo narrador se dirige a sí mismo, calificándose como ser despreciable, último de los esclavos o inmerecido receptor de la benevolencia de quien tenga la paciencia de leerle.

En nuestro extraños días, la captatio benevolentiae parece sobrevivir, extrañamente, en el lenguaje de determinados responsables políticos, pero no cuando se sienten a sus anchas, desbordados de engreimiento y vacuidad, sino cuando, descubren que sus torpezas además de alcanzar límites inauditos, son ya de conocimiento público.

Tal es el caso de la Primera Ministra británica cuando, al acabar de perder las elecciones, se dirige de nuevo a sus estupefactos conciudadanos rogando humildemente paciencia para, con el apoyo de todos, sacar adelante ese extraño proyecto que pretende resucitar la momia del imperio británico. De la misma manera, el Presidente de la Generalitat catalana, pide a todos benevolencia, o quizás incluso clemencia, para aparentando que convoca un referéndum, darse por muy satisfecho si, al final de la aventura, no acaba entre rejas.

Ignacio Vázquez Moliní

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