Resulta que en Londres, unos malnacidos han matado a siete personas a cuchilladas traperas-¡qué mala prensa han tenido siempre los traperos!-, unos días después de que otro hijo de puta matase niños y niñas con una bomba en un concierto de Ariana Grande.
Resulta que estos tipos no fueron abatidos antes de que pudiesen continuar matando porque la Policía de su Graciosa Majestad no lleva armas. Un joven agente se enfrentó a los terroristas con su defensa policial-o porra en Román Paladino, vamos-, pero resultó malherido, no pudiendo impedir la matanza. Un español honrado y valiente, Ignacio Echeverría-que a la hora de escribir estas líneas continua desaparecido, lo cual no dice mucho de las autoridades británicas, tan suyas ellas-, se enfrentó a uno de ellos golpeándolo con un monopatín, mientras sus acompañantes parece ser que no intervinieron para ayudarle. Otro español, cobijó a decenas de personas en su restaurante y mantuvo su puerta cerrada a pesar de los intentos de unos de los terroristas por entrar en el local y continuar la matanza.
Resulta, que al final los individuos que cometían la masacre, fueron abatidos por agentes armados hasta los dientes, acabando con ellos en un santiamén-nunca mejor dicho-, y los mandó a reunirse con su creador.
Resulta que en Gran Bretaña existe una dicotomía muy curiosa: son tan demócratas, tan modernos, que su policía-la que está en la calle, la que responde primero-, no lleva armas, pero tiene desplegado a un numeroso grupo de policías armados hasta los dientes para responder a los ataques y como están en segunda línea, siempre llegaran más tarde que pronto al lugar de los hechos.
Resulta que se me dirá que en otros países en que las policías portan armas, también se cometen atentados: es verdad. Pero también es verdad que el terrorista sabe que enfrentarse con otros hombres que puedan responder al ataque con sus mismas armas o superiores, es mucho más complicado y perjudicial, sobre todo para su salud.
Resulta que he reflexionado mucho sobre el asunto de las armas en los cuerpos de seguridad, llegando a la conclusión de que en los tiempos actuales en que cualquier iluminado puede lanzarse a la calle con un coche arrollar gente, o salir con un cuchillo una noche por una zona de ocio, nuestros agentes, los primeros que lleguen, pertenezcan al Cuerpo que pertenezcan, tienen el deber de proteger con todos los medios disponibles a los ciudadanos y el derecho a defender sus propias vidas.
Resulta que la confianza de una agente en sí mismo, en sus capacidades, no solo depende de la formación recibida, sino también de los medios materiales y jurídicos que la sociedad pone a su disposición. Un Policía que confía en lo que hace, que corre hacia el peligro cuando los demás huyen de él; siempre sentirá más seguridad en su actuación si va armado y se siente respaldado por las autoridades-me da igual con armas largas, cortas o pistolas eléctricas-, porque su autodefensa y la de los demás está garantizada aunque tenga que llegar a las últimas consecuencias, es decir, a utilizarlas.
Resulta que por lo tanto, yo como ciudadano, quiero que los que me protegen lleven armas y estén avalados por la ley en los casos en que no haya otro remedio que emplearlas. Porque a mí no me intimida un agente con un G36 por la calle, ni preguntarle por una dirección a un Policía que lleva una pistola. Y cuando salgo a pasear con mis hijos, les hago entender que esos hombres y mujeres están ahí para defendernos, para ayudarnos y sobre todo para que sigamos gozando de las libertades que conforman nuestra democracia y nuestra forma de entender la vida en sociedad, con todas sus virtudes y todos sus defectos. Es decir, que son los que se van a jugar la vida por nosotros; porque su vocación es esa. Cuando Dios preguntó a Caín donde estaba Abel, este contestó: “No lo sé ¿acaso soy el guardián de mi hermano? Ellos, los policías, guardias civiles y militares si lo son, que no se nos olvide».
¿Y los británicos? A los suyo, que para eso son tan educados como demuestran cada vez que sus jóvenes vástagos vienen a España a divertirse, pero luego es un español el que tiene los cojones suficientes para enfrentarse a un tío con un cuchillo.
No digo más.
José Romero