Solo hay algo que maltrate tanto a la historia como el olvido: su banalización.
Hoy, el Jefe del Estado ha calificado de “dictadura” al franquismo. Algo que no había hecho durante cuarenta años. Cabe esperar un comportamiento institucional consecuente y que se den, de una vez, pasos consecuentes para convenir y desarrollar un respeto a la memoria histórica democrática que vacíe las cunetas de osarios anónimos, rehabilite condenas y limpie de oprobio los callejeros.
No he visto, sin embargo, en el campo de la banalización del tránsito a la democracia que España inició hace cuarenta años reflexiones de ninguna naturaleza.
Debo confesar que me he sentido perpleja al leer discursos que, para rebajar la transcendencia de las elecciones del 77, afirman que no era para tanto, pues en España ya se había votado.
Debo decir que con voto universal y secreto solo se han votado dos veces antes (33 y 36). Aquí las mujeres solo hemos votado desde el año 33 (no lo hicimos en el 31). Y debo decir que el contexto social no parece equiparable.
Otros discursos buscan analizar la historia a la luz de los conflictos de hoy, devaluando el combate con la dictadura. No; se diga lo que se diga, el conflicto no era entre élites y obreros; era entre dictadura y democracia.
Solo hay algo que maltrate tanto a la historia como el olvido: su banalización.
Entiéndanme; mi padre padeció cárcel y tortura. Mantiene, agudizadas por la edad, algunas secuelas de las palizas. Ni un solo día le he escuchado alentar ninguna venganza, ni pedir cuentas. Él fue amnistiado y pasó de sus torturadores. Eso es un mérito de una generación que otras generaciones no han heredado.
Era la democracia, era la libertad. Ese era el combate, al entender de miles de comunistas de la que una se siente orgullosa. Pactaron con miembros de las élites; pactaron con algunos reformadores y con derechistas, con patronales muchas veces venales, pero sobre todo con su pueblo. Y decidieron, a golpe de pactos, darnos una democracia y una Constitución con la que pudimos y podemos construir país.
Si; soy heredera del viejo PCE al que unos pocos críos han decidido banalizar también. He llegado a leer que el PCE asumió el control de un pueblo “en rebeldía”. Odon Elorza recurría hoy al viejo retruécano de “el dictador murió en la cama”, tan querido por quienes suelen desvalorizar la lucha democrática.
El dictador si; pero la dictadura no. Uno de los trucos más usados por quienes quieren reescribir la historia. Entre Franco y la transición hubo dolor, amenazas. Intentos de retroceso, dolorosos asesinatos. El pueblo democrático tenía un partido que no falló.
Hace cuarenta años, guste o no guste, iniciamos un camino de libertades. No reconocerlo es de una cicatería histórica de género imbécil. Hace cuarenta años aprendimos algo fundamental: las formas y las reglas son parte de la democracia.
Me temo que la política de la ira y las unilateralidades, hoy tan de moda, desprecian demasiado las reglas, el acuerdo y la Constitución.
Hay en la política de la ira, déjenme decirles, demasiado elitismo paternalista y poco rigor con la historia.
Libertad Martínez