Venezuela, que es parte de la antigua Capitanía de Tierra Firme, no tenía oro en los años del Imperio Hispánico. Eso hizo que fuera una tierra de trabajo, de haciendas de cacao, de algodón, de añil, tierra de emprendedores y negociantes. Y también de esclavos africanos. Los holandeses e ingleses en los siglos XVII y XVIII atacaban sus costas y hacían contrabando aprovechándose de la languidez final de los Austrias.
Ramón de Basterra, el poeta vizcaíno muerto en 1925, (el culto sí, pero bucólico Basterra, parafraseando a Góngora) nos dejó un hermoso sobre ese país producto de su estancia como diplomático en Caracas. Con un método más lírico que exacto que hoy sería despreciado por académicos y marxistas, nos describe con lírica y detalle los paisajes, los pueblos que conoció y su forma de vida.
Basterra nos cuenta cómo Felipe V, el primer Borbón, sacó del letargo a España fomentando la industria y el comercio. En 1730, inicia su actividad mercantil la Real Compañía Guipuzcoana de Navegación a Caracas desde Pasajes. Es algo totalmente nuevo pues con el Decreto de Nueva Planta ha sido cancelado el monopolio de Castilla en el comercio con las Indias, de lo que se beneficiarán también los catalanes.
Tras la Compañía llegará también el fermento de la Real Sociedad de Amigos del País, creación del vascongado conde de Peñaflorida en 1765, aprobada por Real Cédula de Carlos III, que daría alas a los ilustrados de España y América.
En ‘Los Navíos de la Ilustración’ (Imprenta Bolívar, Caracas, 1925) el escritor traza los antecedentes culturales y económicos de futuros próceres de la independencia americana como Bolívar, Miranda o Sucre. No es casual esa germinación en la actual Venezuela pues la Ilustración entra sobre todo por Caracas, mientras en Lima o México no tenía tanta influencia.
Venezuela en su primer siglo de independencia tuvo ochenta golpes militares, oscilando siempre entre el desorden y el cesarismo. Pero será el petróleo lo que degrade el país, entregado a la extravagancia del nuevorriquismo.
Las viejas y señeras ciudades de Tierra Firme, que no tenían tanto aparato y monumento como otras del imperio, eran sin embargo bellas pero fueron desfiguradas, como Caracas, en un afán de convertirla en una especie de Los Angeles o Miami. Basterra hace un siglo ve Caracas como «bella, sosegada, silenciosa».
Venezuela, que tenía cultura, música, arte, languidece hoy a golpe de mandobles y disparos, en una especie de castrismo de baratillo. La que fue un polo de atracción de una inmigración de élite, europea, judía, vasca, portuguesa, italiana, libanesa, es ahora un país de emigrantes y exilados.
Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye